El Mercadólogo
El mundo cambia muy rápido, aunque no nos demos cuenta. De repente, un día, estamos informados de las últimas novedades tecnológicas de manera natural, sin necesidad de buscar nada, ya que las incorporamos inmediatamente en nuestra vida, y, al día siguiente, nos cuestionamos cada paso acerca de la tecnología que queremos incorporar en nuestras rutinas. Un día nos parece bien utilizar un navegador GPS para llegar a cualquier lado, y otro, no sabemos si deberíamos usar un auxiliar de voz en nuestra casa.
Escribo esto desde mi historial de vida: cuando llegó Atari a casa, con el mítico juego de Pacman. Mis hermanos y yo nos turnábamos para jugar, aunque, como soy el menor, lo normal es que a mí me tocara jugar poco y observar mucho. Luego, cerca de mi escuela, pusieron una máquina de Street Fighter, y allí íbamos mis amigos y yo casi todas las tardes, saliendo de la escuela. Pero la máquina solo tenía opción de dos jugadores, así que teníamos que irnos turnando para jugar. Por lo general, el que ganaba repetía. Por falta de práctica, nuevamente, me tocaba pasar más horas viendo que jugando.
Cuando llegué a la edad adulta, cuando por fin tuve mi dinero, me compré mi propia consola. De vez en cuando jugaba con amigos que venían a casa, pero, precisamente por los cambios vitales de la propia edad, no había mucho tiempo para los videojuegos. Alguna vez intenté jugar por internet, pero el nivel de los demás participantes era tan alto, que preferí seguir jugando en la intimidad.
Así, cuando llegó a la publicidad el concepto del gaming, me pareció algo totalmente ajeno. El hecho de incluir mensajes publicitarios en los videojuegos, como en las vallas de las carreteras o de los campos de fútbol, aunque novedoso, me parecía que llegaba a un público muy joven, y, por tanto, con poca capacidad económica. También pensé que, al ser espacios donde no se podía compartir un mensaje demasiado extenso, limitaba las posibilidades.
Pero, como suele pasar, el mundo sigue evolucionando a pesar de nuestras opiniones. Y, de repente, surgieron plataformas donde la gente se conectaba a ver cómo jugaban los demás. Mi «señor mayor» interno apretó fuertemente los puños, a modo de enfado, mientras opinaba que era una pérdida de tiempo. Afortunadamente, la parte de mi cerebro que está abierta a nuevas experiencias me hizo reflexionar. ¿Qué era, entonces, lo que hacía todos los fines de semana, mientras veía partidos de fútbol? ¿O lo que había hecho casi toda mi vida en relación con los videojuegos?
Al final, el mundo de la publicidad y de la comunicación tiene que adaptarse a los comportamientos de las audiencias, buscando los lugares donde puedan estar más abiertos a recibir los mensajes que enviamos. Si la gente comienza a pasar tiempo en plataformas donde sale gente anónima bailando, o se comparten las partidas de videojuegos para que los demás puedan verlas, o incluso se organizan torneos de gente que juega a determinado juego, nuestro deber como profesionales es investigar cómo funcionan dichas plataformas y encontrar las oportunidades que puedan existir.
El mundo del gaming ofrece cada vez más posibilidades de comunicación, además de estar creando su propio lenguaje y sus propios códigos. Lo que antes nos parecía raro o dedicado solo a un pequeño nicho de gente, poco a poco está ocupando el espacio de los medios de comunicación tradicionales y llegando a una audiencia en constante crecimiento.
En la publicidad, como en la vida, tenemos que adaptarnos a los cambios en nuestro entorno. O podemos resistirnos, apretar fuerte los puños y estar enojados con los cambios. Pero, de ninguna manera, podremos evitarlos.