Confirma su giro autoritario
● El mandatario nicaragüense se postula para la reelección en los comicios de noviembre, su esposa Rosario Murillo será su compañera de fórmula
Desde que Daniel Ortega regresó al poder en 2007 un halo de oscuridad se ha ceñido sobre la legitimidad de su mandato. En aquella ocasión regresó al Gobierno tras pactar con el presidente corrupto Arnoldo Alemán una reforma constitucional que reducía la cantidad necesaria de votos para convertirse en presidente, al pasarla del 45% al 35%. Luego Ortega se garantizó el control total del Tribunal Electoral y las sucesivas elecciones han sido denunciadas como fraudulentas, incluidas las de 2011, donde repitió mandato
Rosario Murillo, primera dama de Nicaragua, se colocó en la línea de sucesión del poder, al ser nombrada por su esposo, Daniel Ortega, como su compañera de fórmula en el oficialista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), para las elecciones generales de noviembre. Se despejan la incertidumbre. Instaura un modelo de gobierno en el que todo el poder queda en manos de su familia y allana el camino para imponer una nueva dinastía. Según la Constitución, en caso de falta del presidente asumirá el Gobierno su vice, Rosario Murillo.
Ortega asistió el martes con su “Media Naranja” a la sede del Consejo Supremo Electoral (CSE) para inscribir la fórmula presidencial. El Frente Sandinista es el único partido importante que participará en lo que la oposición ya ha catalogado como una “farsa”. Ortega, que controla el Tribunal Electoral y la Corte Suprema, logró sacar de la competencia a la oposición, al despojarla de una casilla electoral, la del Partido Liberal Independiente (PLI), cuya representación legal fue arrebatada al opositor Eduardo Montealegre. En este caso fue clave el control sobre el Supremo. En otro fallo, éste emitido por los jueces electorales, Ortega se hizo con el control total del Parlamento, al despojar a la oposición de sus curules.
Las elecciones son un mero trámite con el que el Ortega pretende legitimar la imposición de su modelo de gobierno de partido único y mando familiar. Hasta ahora Ortega gobernaba Nicaragua al lado de su esposa, poderosísima primera dama cuyas funciones incluían la administración diaria de todas las instituciones del Estado, una súper ministra, que maneja con un control férreo todas las instancias del Ejecutivo. Nada se hace en la administración pública si no cuenta con el visto bueno de la “compañera Rosario”.
Ese mando, sin embargo, carecía de legitimidad, al no haber recibido Murillo ni un solo voto y por haber sido impuesta a dedo por su esposo. En la lógica de la familia presidencial, el participar en las elecciones de noviembre y ser electa por voto popular garantiza la legitimidad que necesita la sucesión de la familia Ortega. No importa si esas elecciones carecen de los elementos básicos de una democracia: que sean libres, en las que participe un amplio abanico de partidos y candidatos o que los votos se cuenten correctamente.