Cumpliendo la palabra

CONCIENCIA CIUDADANA

López Obrador ha tenido, pues, que enfrentarse a viejos y nuevos vicios incrustados hasta lo más hondo de la cultura política nacional, cuya permanencia terminó por imponer la idea de que México jamás cambiaría; y que la corrupción, la impunidad, el saqueo de los recursos nacionales, el atropello de los derechos elementales y la prepotencia eran parte consustancial del ser mexicano y por lo tanto, imposibles de desarraigar de nuestra vida social. 

Han transcurrido poco más de cincuenta días desde que Andrés Manuel López Obrador tomara posesión de la Presidencia de la República y ya son demasiados los cambios llevados a cabo en la administración pública.  México parece despertar de un sueño , o más precisamente, la pesadilla, del largo periodo de gobiernos neoliberales iniciados con Miguel de la Madrid Hurtado y concluido con Enrique Peña Nieto aunque más atrás en la línea del tiempo, los de los gobiernos autoritarios-populistas de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, que si bien mantuvieron una política constructiva realizando importantes obras públicas, no por eso fueron menos dados a beneficiar  los intereses de la mafia del poder que no nació con los neoliberales, sino en aquellas administraciones,  aunque sin contar todavía con el poderío sobre el resto de la sociedad que actualmente detentan.
López Obrador ha tenido, pues, que enfrentarse a viejos y nuevos vicios incrustados hasta lo más hondo de la cultura política nacional, cuya permanencia terminó por imponer la idea de que México jamás cambiaría; y que la corrupción, la impunidad, el saqueo de los recursos nacionales, el atropello de los derechos elementales y la prepotencia eran parte consustancial del ser mexicano y por lo tanto, imposibles de desarraigar de nuestra vida social.  
Por tal razón , aún  cuando Andrés Manuel hizo de la honestidad su guía a lo largo de su carrera política repitiendo constantemente que, siendo la corrupción el principal problema de nuestra vida nacional combatirla sería la prioridad de su gobierno,  pocos políticos creyeron la seriedad de su mensaje; suponiendo que, aún en el caso de que llegara a la Presidencia de la República (y tal vez por eso),  ya en la presidencia, las convicciones de AMLO habrían de modificarse; pues el ejercicio  del mando en un país como México, implica la imposibilidad  de sustraerse a las exigencias de los intereses creados que, al final de cuentas, cada sexenio terminan por imponerse a los responsables de dirigir al país; más interesados en dejar que las cosas se acomoden en función de su propio peso, que en ganarse enemistades y perder las oportunidades de compartir los beneficios.
Una vez más, se equivocaron, creyendo que el discurso conciliatorio, de perdón y olvido adoptado por AMLO poco antes de las elecciones les enviaba señales ocultas de acercamiento, dando a entender que los negocios impunes y el saqueo de los recursos públicos continuarían en caso de que éste llegara a la presidencia, y que si bien habrían algunos ajustes a la administración del estado, no sería tan drástico como para amenazar sus privilegios.
Pero el golpe vino por el lado menos imaginado. Lejos de afectar los intereses directos de lo que ha llamado desde hace años “la mafia del poder”, la decisión presidencial de enfrentar el saqueo a PEMEX -principal fuente de ingresos del fisco y pieza fundamental para sus planes-, permitió al Presidente de la Republica poner en jaque a prácticamente todos los integrantes de dicho concordato;  quienes ni las manos han podido meter en la guerra declarada contra el Huachicol, negocio del cual una gran parte de ellos son beneficiarios, sea de manera directa o indirecta; porque la sustracción de los energéticos de los ductos ha sido uno de los principales motores de la economía de mercado –o mejor dicho la economía del saqueo- fomentada por los gobiernos priístas y panistas que lo antecedieron, y cuya eliminación  ahora, encabeza el nuevo Gobierno de la República con el apoyo de prácticamente toda la sociedad mexicana,
¿Dónde se encuentra Romero Deschamps, a quien en el pasado reciente le hubiera bastado una llamada a Los Pinos para detener cualquier decisión que afectara a sus intereses?  ¿Dónde están los desplegados que en otros sexenios les hubiesen bastado a las cúpulas empresariales para inhibir cualquier revisión posible a sus contabilidades que pudieran relacionarlos siquiera con alguna actividad ilícita?  Fuera de las usuales mordidas a los calcetines, dígame usted qué partido político se atrevería en este momento a exigir al gobierno federal terminar con la lucha contra los saqueadores de la riqueza petrolera de la nación, a pesar de su responsabilidad en el saqueo de la empresa petrolera?
Esa pasividad aparente no quiere decir, sin embargo, que quienes forman parte de ese “PEMEX paralelo” –como lo califica en sus conferencias diarias López Obrador-, estén acabados. Pensarlo así resultaría ingenuo, si reconocemos que la gasolina chueca ha llegado a ser uno de los apoyos fundamentales para el crecimiento y las utilidades de sus negocios.  Es por ello que no resulta disparatado pensar que el saboteo a los ductos de PEMEX y otras operaciones ilícitas, tales como incitar que las comunidades con mayor índice de pobreza se lancen a “ordeñar” los ductos de PEMEX, se entiendan como una reacción de las “fuerzas vivas” que hasta ahora hicieron suyo el patrimonio nacional y que estarían dispuestas a llegar a lo que sea para conservar sus privilegios.
Sin embargo, la correlación de fuerzas ha cambiado. Hoy, AMLO cuenta con un índice de respaldo que no tuvo siquiera en las elecciones de julio, ni el primer de diciembre pasado al iniciar su mandato. Basta ver que, a pesar de las molestias causadas por el desabasto de combustibles, entre los millones de conductores que han tenido que hacer largas colas en las gasolineras no ha habido, hasta ahora, el intento siquiera de una sola protesta colectiva contra la decisión del Presidente de la República de cerrar los ductos perforados por los huachicoleros;  lo que da cuenta del apoyo social a las decisiones tomadas; de tal manera que,  si hoy se repitieran las elecciones presidenciales, es casi seguro que López Obrador volvería a ganar arrasadoramente, sólo que con un porcentaje de votos mayor aún que la del pasado mes de julio.
Y es ese “factor social” el que hace la diferencia entre el presidente actual y los del pasado. Ninguno de ellos, exceptuando a Lázaro Cárdenas, ha contado con semejante apoyo ciudadano a su lado. Coincidentemente, la popularidad del General y la de López Obrador tienen como punto común la defensa de la industria petrolera y su decisión por mantener su carácter público como garante de la soberanía nacional y la posibilidad material de un régimen de justicia social. Y es por ello que el olfato político de las mayorías nacionales las ha llevado a brindar su confianza y apoyo sin límites al actual presidente, tal y como lo hizo con Cárdenas. Y ahí van nuevamente, al lado de su presidente, a protagonizar una hazaña tan grande como la de 1938. Y van a triunfar, estamos seguros, van a triunfar.
GRACIAS Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON, Y VIVOS LOS QUEREMOS A TODOS CON NOSOTROS, EN ESTA HORA CENITAL DE LA VIDA NACIONAL.  
 

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