LA GENTE CUENTA
Aquella noche fue una total calamidad sobre mí. Mi respiración estaba entrecortada, mi cuerpo ardía por fuera, pero lo sentía débil por dentro, y un sudor frío me impedía, literalmente, cerrar los ojos. Un desfile con figuras caleidoscópicas invadió mi cabeza, y de mi cabeza a mis ojos, mientras que sonidos distorsionados completaban mi alucinación.
Un hilo de luz que se filtraba por una rendija finalmente me hizo saber que era de día, que a pesar de todo logré conciliar el sueño, pero la debilidad y la dificultad para respirar seguían presentes. De aquella comparsa nocturna solo quedó el silencio: nadie parecía estar en aquel cuarto de cuatro por tres.
Con mis manos pequeñas me cubro un poco más con las cobijas, al menos hasta mi cuello. Nunca me había sentido tan solo, y más en mi propia casa. Todavía la semana pasada retozaba en el jardín, aquella tarde de verano cuyo calor era desquiciante, pero donde nada me importaba. La fuente del patio trasero servía para que los pajarillos se refrescasen del estío, y yo, ingenuamente, seguí su ejemplo.
Y ahora, estaba en cama, solo, agonizando por una fiebre nocturna y con unas ganas terribles de abrir la puerta para salir al mundo exterior, pero la indicación era clara: nada de salir, nada de tomar cosas frías, nada de ir descalzo, ni aunque estuviera el piso limpio. Amarrado a mi habitación el tiempo necesario como prisionero de guerra. ¡Qué hastío!
La frustración de querer respirar por la nariz llega a un punto en que intercalo la salida de oxígeno por la boca e intento sacar lo que obstruye por dentro con la misma fuerza corporal, pero lo hago con tanta violencia que causo que mi cabeza de repente empiece a punzar. Ya no quiero saber nada, solo quiero salir de aquí y adiós.
De pronto, la perilla de la entrada de mi pequeño mundo comienza a dar vueltas, la emoción de que alguien más compartirá conmigo mi confinamiento me hace olvidarme un poco de mi tormento corporal: mamá entra con una charola, y al momento de que me descobijo por completo, una fuerza de mis entrañas expulsa algo de mi nariz, algo viscoso y verde. El aire entra finalmente y por completo a mis pulmones.