Home Nuestra Palabra Prisciliano Gutiérrez ¿Cuánto dura la lealtad?

¿Cuánto dura la lealtad?

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“Cuando yo tenía dinero
me decían Don Tomás.
Ahora que no lo tengo
me dicen Tomás, nomás”.

Refrán popular.

    •    En términos pragmáticos ¿Quién no recuerda la anécdota de aquel Presidente del Tribunal Superior de Justicia, que año tras año recibía en determinada fecha, suculenta barbacoa cortesía de un distinguido líder campesino. Cuando el exquisito manjar brilló por su ausencia, el ilustre profesionista, en casual encuentro con el omiso y oficioso ex tributario, le espetó: “Oye, estuve esperando mi barbacoa y no llegó”


La Real Academia de la Lengua Española, define la palabra lealtad, como: “Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”. Existen otras definiciones, tales como: “Devoción de una persona o ciudadano con un estado, gobernante, comunidad, persona, causa o a sí misma” y “Sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien”. En todas se advierte como elemento esencial la obligación de observar determinados principios, que normalmente obligan de manera unilateral, porque su incumplimiento no genera consecuencia alguna en el campo externo, ya que la sanción no corresponde al mundo del derecho, sino de la moral o de la ética, disciplinas que sólo admiten juicios de valor.

En términos pragmáticos ¿Quién no recuerda la anécdota de aquel Presidente del Tribunal Superior de Justicia, que año tras año recibía en determinada fecha, suculenta barbacoa cortesía de un distinguido líder campesino. Cuando el exquisito manjar brilló por su ausencia, el ilustre profesionista, en casual encuentro con el omiso y oficioso ex tributario, le espetó: “Oye, estuve esperando mi barbacoa y no llegó”. El interpelado contestó imperturbable: “Perdóneme Licenciado, pero el Señor Presidente del Tribunal Superior de Justicia, recibe puntualmente mi modesto regalo”. La interpretación es obvia, la lealtad era y seguía siendo para el puesto, no para la persona.

Hay lealtades que nacen con fecha de caducidad, generalmente las que se originan en cargos de elección popular. El sistema métrico sexenal, con todas sus derivaciones, es fuente aparentemente inagotable de lealtades. Don Darío Pérez González, ilustra amena plática al respecto con una vivencia propia: cuando fue presidente municipal de Pachuca, un connotado abogado (padre de un médico, amigo de quien esto refiere) expresaba al mandatario con conmovedora sinceridad: “Cuente Usted con mi absoluta lealtad hasta el último minuto de su periodo ¡Ni uno más!”.

Hasta en cuestiones románticas, la pragmática guadaña hace travesuras. Hoy se sabe, por ejemplo, que el “amor eterno” dura tres meses.

En política, la amistad teórica y práctica, debe contar con el elemento “lealtad” de manera indispensable. Hay quien presume del sincero afecto que su poderoso jefe le prodiga y aun así, percibe magros emolumentos. En este escenario se acuñó la famosa frase: “amistad que no se demuestra en la nómina, es demagogia”. Lo anterior se refuerza con la realista (¿cínica?) afirmación de un ex gobernador hidalguense: “La amistad es interés puro: yo no tengo amigos pendejos”. Como se ve, si la pendejura es unidad de medida, la lealtad deja de tener importancia.

Cuando una pareja contrae nupcias, hacen juramento de recíproca lealtad: “en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad… amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Lo dicho, como propósito es bueno, lo malo es que “el amor acaba”, sólo quedan la costumbre y la discreción. Dicen, quienes de esto saben, que “el amor es una cosa esplendorosa… hasta que te cae tu esposa”. Finalmente, la iglesia castiga más el escándalo que la culpa. Uno de los viejos padres del catolicismo aconsejaba: “si no podéis ser castos, sed cautos”.

En toda relación humana donde existan por lo menos dos sujetos interactuando (padre-hijo, maestro-alumno, marido-mujer, comprador-vendedor, patrón-empleado, mandatario-mandante…) la lealtad pasa por un camino de ida y vuelta. Si una de las partes no se siente obligada a título gratuito, el valor que lo vincula a la otra puede ser: veneración, esclavismo, masoquismo, interés… pero no lealtad como categoría axiológica.

En el derecho público, la Constitución otorga a los funcionarios la competencia y los medios para emitir actos unilaterales. Es principio fundamental de Ética, que libertad y autoridad son dupla dialéctica del valor y su negación; curiosamente, la autoridad no anula la libertad, la confirma de la misma manera que la oscuridad hace la luz más brillante.

Los titulares de cualquiera de los poderes en un estado de derecho, están obligados a tomar, a veces, decisiones que no gustan al pueblo que los eligió. Es obvio que, al ganar una contienda, la mayoría de los ciudadanos pusieron en un sufragio su esperanza. Las campañas políticas se encargan de que los electores comparen discursos y propuestas de diferentes opciones partidistas e independientes; las opciones triunfadoras reciben el mandato con un “bono democrático”: una fuerza estadísticamente comprobada de lealtades. Pregunto ¿cuánto tiempo dura? Hemos visto mandatarios que llegan con un alto porcentaje de aceptación y al cabo de seis años se van entre rechiflas y recordatorios familiares, cargando su maleta de culpas y estigmas, algunos para toda la vida.

A manera de ejemplo: cuando, por decisión de autoridad competente, un individuo se queda sin empleo ¿perdurará la lealtad en él y en su familia, o el agravio permanecerá latente esperando el momento de la venganza? ¿es culpable de deslealtad quien la da, pero no la recibe? Se dice que “en política, no se gana ni se pierde para siempre”. El PRI mantuvo el poder cerca de un siglo. ¿Lo perdió para siempre?

Desde que la política existe, se rige más por normas no escritas que por reglas estatutarias o códigos de ética. Los acuerdos en lo oscurito, son materia de “valores entendidos”, ultrasecretos; alejan la comprensión de su lógica a los simples mortales. ¿Cuántas veces, las rivalidades entre partidos, grupos y/o personas, construyen falsos escenarios para justificar venganzas y perdones en el esoterismo de los altos niveles? Don Manuel Sánchez Vite me aconsejaba: “No permita que la gente de su confianza conozca la intimidad de su vida. Un día lo va a traicionar. Acuérdese de Julio César y Bruto; de Cristo y Judas, de Sansón y Dalila, de Calles y Cárdenas, del Negro Durazo y su biógrafo…”

Es triste, pero parece que estas elucubraciones llegan a la conclusión de que, cuando la lealtad muere, la traición vive y la historia se mueve.

En fin: “Cosas veredes, Mío Cid, que farán fablar las piedras”.