La acusación sin pruebas de fraude electoral por parte de Trump es el último episodio de una campaña marcada por embustes, medias verdades y noticias falsas
El hoy presidente electo de EU comenzó su carrera política haciendo campaña en 2011 por una de ellas, el presunto nacimiento en el extranjero de Barack Obama, un bulo rebatido documentalmente del que no se desdijo hasta hace pocos meses. También es nuevo el ansia por la audiencia de los medios tradicionales y el efecto multiplicador de plataformas como Facebook o Twitter, que no se responsabilizan de los contenidos que difunden y han dado alas a muchos embustes
Donald Trump publicó el domingo en su cuenta personal de Twitter que se había producido un gravísimo fraude en las elecciones que acaba de ganar. Sin dato, prueba o indicio alguno, dijo que “millones votaron ilegalmente” el pasado 8 de noviembre y por eso se quedó sin la victoria en voto popular (el del número de papeletas, no el voto electoral, que es el concluyente pues es el que pondera el peso de cada Estado). El mensaje de Trump, que cuenta 16,2 millones de seguidores en esta red social, llevaba el lunes 140.000 clics de apoyo o “me gusta” y 47.000 tuits.
Hace un par de semanas, el 17 de noviembre Trump, convertido ya en el líder in péctore de EU, se otorgó el crédito de que Ford mantendría la fábrica de coches Lincoln que la multinacional tiene en Kentucky y que no la trasladaría a México. Superó los 168.000 corazones (el icono del “me gusta”) y rozó los 50.000 retuits. “He trabajado duro con Bill Ford para mantener la factoría en Kentucky, se lo debía a ese gran estado por su confianza en mí”, decía Trump en un segundo mensaje.
En poco tiempo, varios medios de comunicación dieron noticias con titulares como “Ford dice a Trump que no trasladará producción del Lincoln a México” o “Trump dice que Ford no se va a México”. El pero de todo esto es que la compañía automovilística no se había planteado el cierre o la deslocalización de parte de su producción de esta planta de Kentucky. Trump se colgó una medalla por algo que no iba a ocurrir.
Que los políticos mientan no es algo nuevo ni que a los ciudadanos necesariamente les sorprenda.
La falsedad, difundida incluso desde las más altas instancias institucionales, no es un invento de la factoría Trump. Si hay novedad es la falta total de consecuencias, la impunidad con la que, más allá de los ciudadanos anónimos, los personajes públicos pueden difundir teorías de la conspiración sin que su credibilidad se vea demasiado afectada.