UNA PECULIAR CRÓNICA
• “Fue una propuesta nacionalista del secretario de Educación, Carlos Trejo, para sustituir a Santa Claus y poner una cosa más mexicana”
México, 25 dic (AGENCIA EFE).-
Imaginar unas navidades sin la omnipresente imagen de Santa Claus suena a ciencia ficción, pero México estuvo a punto de hacerlo realidad en 1930. ¿La alternativa? Popularizar la figura del dios prehispánico Quetzalcóatl como un símbolo navideño.
El 23 de diciembre de ese año, el Estadio Nacional de la capital mexicana, donde se realizaban los grandes eventos políticos de la época, fue escenario de un suceso muy peculiar.
El presidente del país, Pascual Ortiz, organizó una entrega de regalos a miles de niños ante una pirámide prehispánica presidida por Quetzalcóatl.
“Fue una propuesta nacionalista del secretario de Educación, Carlos Trejo, para sustituir a Santa Claus y poner una cosa más mexicana”, cuenta a Efe el historiador Alfredo Ávila, profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Las crónicas de ese día en el periódico El Universal retratan una extraña combinación entre los árboles de Navidad decorados con luces de colores y la procesión de sacerdotes, batallones y bailarines honrando a Quetzalcóatl, representado como una serpiente emplumada.
“Los gobiernos mexicanos de los años 30 usaron una retórica nacionalista con fuertes referencias de tipo prehispánico para enfrentarse a lo que veían como una posible invasión cultural estadounidense”, explica el historiador.
UN PASADO MITIFICADO
Sustituir al entrañable anciano de barba blanca por la serpiente emplumada era la forma que tenían las autoridades mexicanas de “potenciar el orgullo del país mirando a sus raíces”, unos orígenes muchas veces mitificados.
“Quetzalcóatl era una deidad prehispánica pacífica, del culto a la civilización y que traía el bienestar, a diferencia de otros dioses guerreros como Huitzilopochtli, que no hubieran encajado bien en esta sustitución de Santa Claus, los Reyes Magos o el Niño Dios”, sostiene el historiador de la UNAM.
Esa exaltación de lo indígena no deja de resultar paradójica en un país que mitificaba las grandes civilizaciones prehispánicas mientras que “para el Gobierno no era importante prestar atención a las comunidades indígenas del momento”, que representaban a cerca del 20% de la población.
Sea como sea, el nuevo emblema navideño no tuvo una gran acogida, pues en el periódico había caricaturas y anuncios que se burlaban de la iniciativa e incluso cartas de lectores incrédulos que se preguntaban si tendrían que acostar a la serpiente emplumada en el belén.
Una de las grandes críticas contra la nueva Navidad indigenista fue el intento de desvincular esa tradición de la religión, en un México profundamente católico.