Cuando la pesadilla se prolonga

Letras y Memorias
    •    Ya casi es tiempo de abrir los ojos y despertar a una nueva realidad… 


Muchas calles lucen distintas. Intentas recordar los pies y cuerpos de quienes solían transitarlas y la imagen se ve pálida, sin los colores usuales y, sin la calidez humana de ocasiones previas.

Los radiantes mercados sobre ruedas están mermados, un buen número de comerciantes usan cubrebocas y la sana distancia se intenta respetar, aunque no del todo, pues si una oferta es jugosa para los compradores, el amontonamiento sobre los jitomates o demás vegetales, se hace presente.

Peculiar sensación de paranoia se apodera de uno. Se escucha un estornudo y la piel se tensa, los vellos se erizan y hasta el corazón parece prestar atención al acto.

La agitación me hace despertar del sueño y en cuanto abro los ojos lo primero que noto es que estoy rodeado de oscuridad, penumbra que se palpa en el ambiente; con crujidos ansiosos en las articulaciones me levanto y noto que, pese a la sensación de estar activo, en realidad duermo.

Duermo en esa esperanza lejana de que todo esto sea una pesadilla o uno de esos sueños inducidos y simulados de los que hablan los escritores de ficción. Una bofetada y dos pellizcos, un poco de agua helada en la cara y nada. La pantalla sigue anunciado que la situación es real, que es parte de nosotros y que, muy seguramente, habrá de permanecer más tiempo de lo esperado.

Hoy todo lo que leo en la oficina me genera malestar, las vísceras parecen no estar listas para esos encabezados y para los párrafos de información. Los ojos no terminan de procesar las imágenes de televisión ni las fotografías extraídas desde la agencia. El contador superior avanza, nunca se detiene y mucho menos retrocede; así también avanzan las horas y cuando parece que de pronto hay noticias cargadas de esperanza, un alfiler infectado pincha esa burbuja que comenzaba recién a surcar el cielo.

No puedo resguardarme en casa ni en las murallas amarillas. Si me quedo en la seguridad de mi hogar seguramente mañana no como, si me alojo en ese castillo del que tanto hablo, los temblores aumentan y me vuelvo preso del nerviosismo, de la ansiedad que ya ni siquiera se aminora con los cigarrillos.

La visita grata del colibrí calma a las manos temblorosas, relaja los latidos y la respiración recobra el ritmo, pero es pasajero, porque cuando uno vuelve al interior y asume que debe lavarse las manos mientras corea una canción o cuenta el transcurrir de los segundos, entonces lo único que no es pasajero -el virus-, abalanza su nube de inseguridad sobre nuestro pensamiento.
Así transcurre este turbulento tiempo. Así es como de a poco, se nos hace costumbre convivir con un enemigo nuevo. Uno de esos personajes que, carentes de cuerpo y razón, está acabando con nuestra raza por miles y, antes de que termine por contagiar a millones, ya habrá agotado nuestro ánimo y paciencia.

Tras unos minutos sofocado, ocurre lo impensado. Con la falta de aire en el organismo y un mareo pequeño, despierto. Y sí, allá afuera todo sigue como lo recuerdo, como lo he escrito, pero la diferencia radica en que en este plano de la realidad, del espacio-tiempo nuestro, la batalla no se pierde, porque apenas nos disponemos a enfrentar al conocido enemigo que osa profanar con su planta nuestro suelo y cielo.

En esta mañana nueva, aún cuando las calles están casi vacías y las casas llenas, nos hemos unido y tomamos las armas; pero antes de dar el paso importante y combatir al enemigo, hemos decidido lavar bien nuestras manos…

¡Hasta el próximo martes!

Mi Twitter: @SoyOsmarEslava

Postdata: Esta columna no descansa, pues es deber nuestro darle ánimo a los lectores que se han quedado en casa.

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