Mochilazo en el tiempo
“Vamos a Eje Central”, al escuchar esta frase de labios de mi hermana sabía perfectamente a dónde íbamos y a qué. Sabía que nos teníamos que ir al metro Bellas Artes y encaminarnos a aquella avenida casi siempre atestada de gente. También sabía el por qué teníamos que ir: a que nos arreglaran los celulares, a comprar memorias, protectores o audífonos, inclusive, si nos iba bien, podíamos salir con alguna monada que nos encontráramos por módicas cantidades.
El Eje Central “Lázaro Cárdenas” es una de las avenidas más emblemáticas y extensas de la Ciudad de México, que corre desde Churubusco y División del Norte hasta la avenida de los Cien Metros atravesando el corazón de la ciudad: El Centro Histórico. Al llegar a esta altura del Eje, prácticamente, todo se convierte en una gran plaza comercial llena de puestos ambulantes.
Ahí se puede encontrar y hacer de todo. Desde reparaciones de celulares hasta comer pizza o un churro, comprar todo lo relacionado con la tecnología que se nos ocurra: cargadores, programas para computadoras, electrónicos, etc. hasta encontrar esos accesorios de “moda” que van desde los 10 hasta los 200 pesos (si ya se quieren cosas más nice). El Eje Central, sin duda, es el punto de referencia de shopping de aquellos consumidores que buscan en la piratería la respuesta a sus necesidades.
Sin embargo, no siempre fue así. Existió una época en la que citarse en este lugar significaba ir al cine a ver los últimos estrenos o ir por un café. Era de transitar día y noche sin peligro alguno, inclusive si se corría con un poco de suerte, uno se podía encontrar al mismo Marco Antonio Muñiz.
Pero el Eje Central tampoco se llamaba de esa manera. En su historia ha sufrido cambios con su nombre. Antes de que en la ciudad comenzará el auge de los ejes viales, cada calle tenía su propia identidad y el Eje Central no fue la excepción, éste se dividía en nueve secciones llamadas Ajusco, Panamá, Niño Perdido, San Juan de Letrán, Ruiz de Alarcón, Aquiles Serdán, Leyva, Santa María La Redonda y Abundio Martínez.
En la zona centro cruzaban tres calles diferentes: Niño perdido, que corría desde la colonia Portales hasta la fuente de Salto de Agua; San Juan de Letrán, que abarcaba lo que hoy es José María Izazaga a Madero, y Ruiz de Alarcón, que iba de Madero a la calle de Tacuba.
Tanta nomenclatura, de repente, no resultó muy claro para los capitalinos. “Antes se llamaba Niño perdido y después se llamó San Juan De Letrán por el metro”, nos comparte Juan, bolero de Eje Central, en entrevista con EL UNIVERSAL.
Por su parte, Juan Carlos Banda, paseante del Eje Central nos cuenta: “Niño perdido abarcaba desde Izazaga hasta la Portales, San Juan De Letrán iba desde este lado (Izazaga) hasta Garibaldi”. Incluso hubo gente a la que el nombre le parece ajeno: “Llevo tres años por aquí y no sabía que antes se llamaba San Juan De Letrán, mi referencia es el metro”, nos comenta el oficial A. Román al preguntarle si sabía el nombre anterior de la avenida.
A pesar de las confusiones, San Juan De Letrán era la calle más reconocida. Ahí se conjugaba los puntos culturales más importantes de la ciudad y se había convertido en una de sus partes más cosmopolitas. Hubo una época que ir a pasearse por esta calle representaba ir al corazón de la modernidad mexicana con sus cines, sus hoteles, sus teatros y el primer rascacielos de la ciudad. San Juan De Letrán significaba progreso y belleza, pero ahora la realidad dista mucho de esta imagen.
– La calle letrada
Cuando supe por primera vez que San Juan De Letrán había sido una calle fue en una crónica del escritor mexicano José Joaquín Blanco. Su relato llamado “La calle de San Juan De Letrán” describía cómo había sido la transformación de este lugar, que había pasado de ser “el ombligo de la luna” a una avenida en dónde “la prole” se concentraba entre ruidos, codazos y comercio informal.
Ahí me quedó claro que la calle cambiaba de manera constante. Su existencia se remite desde la época colonial. Fue nombrada así por el Colegio San Juan De Letrán que se encontraba a la altura de lo que hoy es Madero y Venustiano Carranza. Fue la primera escuela de “primeras letras”; es decir, de educación primaria que se fundó en la Nueva España. En un principio estaba dedicada a la instrucción de los mestizos, pero también admitieron a criollos e indios.
Entre las décadas de los veinte y treinta del siglo XX, San Juan de Letrán empezaría a colocarse como el epicentro del urbanismo y la cultura. El centro topográfico de la capital, que durante siglos se aferró al Zócalo, comenzaba a desplazarse hacia el poniente colocándose en el primer cuadro de la ciudad, dando pie que San Juan De Letrán se volviera una particular receptora de este movimiento.
Por el lado cultural, la fundación de un sinnúmero de establecimientos como cines y teatros, entre ellos el emblemático Cine Teresa, el Princesa, Cinelandia, San Juan de Letrán; los cafés, como el legendario Moro o el extinto Súper leche empezaron a formar parte de la cotidianidad de esta calle. Además muchos exiliados españoles de la guerra civil encontraron aquí un refugio, reforzándola como un barrio de encuentro cultural.
Por la parte urbanística, al inicio de los treintas la Ciudad de México emprendía un ambicioso proyecto urbanístico que consistía en la construcción de grandes avenidas que servirían como un lazo de estímulo a la economía y al turismo. San Juan de Letrán estaba en la mira de este proyecto para convertirse en la avenida más grande de México y de América Latina.
Para este propósito se tenía previsto que las avenidas debían ser completas, eficientes y además las más bellas y elegantes. El trazo general consistía en la apertura, alineación o creación de grandes ejes: el eje Norte-Sur, el Oriente-Poniente y los bulevares de circunvalación interior y exterior.
San Juan de Letrán iba a ser nombrado el Eje Norte-Sur, que cruzaría la ciudad y se convertiría en la avenida más larga y la de mayor importancia, trazada similarmente a los grandes bulevares estadounidenses. La propuesta era que se ampliara a un ancho de 35 metros de paño a paño de construcción. Se extendería en el sur por Niño Perdido, el Río de la Piedad hasta unirse con el camino a Cuernavaca. En el norte, su extensión sería hasta Tlalnepantla.
El proyecto comenzó y ahí nació una nueva forma de configuración de la ciudad, incluyendo a sus expresiones más inadmisibles como el paso subterráneo que se construyó en 1931 sobre San Juan De Letrán en la esquina con la Av. 16 de septiembre a tres metros de profundidad o la demolición de importantes recintos históricos para la ampliación de la calle como el mismo Colegio que le dio nombre a la calle, el templo y convento de Santa Brígida y la capilla del Divino Salvador.
“San Juan de Letrán […] huele a tacos de canasta y de carnitas, a tortas compuestas, tepache, jugo de caña, aguas frescas, lámparas de kerosen, perfume barato, líquido para encendedores, dulces garapiñados, papel de periódico y revista, de librito de versos de Antonio Plaza y novelita pornográfica. Es imposible caminar rápido porque la acera se encuentra atestada por los que no tienen trabajo o acaban de llegar del campo y toman fotos instantáneas, pregonan billetes de lotería, venden toques eléctricos” describía el autor de “Las batallas en el desierto” a la calle de San Juan De Letrán.
Por su parte, Elena Poniatowska en su crónica “San Juan De Letrán: La calle de los ángeles” detalla de cómo ella percibía la calle, “me preguntan cómo me puede gustar una calle tan fea (…) bajaba a la avenida para levantar los ojos de azoro ante la Torre Latinoamericana, ir al Sanborn’s de los azulejos y comprar chocolates rellenos en Lady Baltimore” y los personajes que en él se encontraban “(Ahí) entre en contacto con los vendedores y conocía al hombre de los toques”, refiriéndose a aquellos hombres que llevaban una caja ofreciendo pequeñas descargas eléctricas.
Inclusive el cantante Sergio Esquivel le escribió una canción de los usos y costumbres que pululaban por la calle San Juan De Letrán.
El cambio estaba a la vuelta de la esquina, la calle que había sido un punto de evolución urbanística empezaba a transmutarse como un espacio conglomerado de comercio informal y con ello el cambio de su nombre. Hank González, aquel regente que “nos quitó todo, menos nuestra rabia”, en 1978 decidió unificar esta avenida: El Eje Central “Lázaro Cárdenas”.
Pero durante el sismo de 1985 recobró la identidad de San Juan De Letrán por un instante. Durante la narración histórica del periodista Jacobo Zabludovsky, que realizó desde el teléfono móvil de su auto sobre el estado de la Ciudad de México ante el desastre natural, siempre nombró la avenida como San Juan De Letrán y no como Eje Central, evocando la memoria de aquella calle que se encontraba en ruinas.