Cuando de olvidar se trata

Cuando de olvidar se trata

LAGUNA DE VOCES

De dónde viene la tragedia que empaña vidas enteras nadie tiene conocimiento. Hay uno que otro indicio pero seguro nada, como no sean los recuerdos de las pobres muchachas que luego amanecen boca abajo en un basurero con señas de haber sido estranguladas. Pero no se sabe nada a ciencia cierta y el número de las muertitas crece día con día. 

En esto todos somos culpables, desde los dos mal encarados que cuidan la entrada al “centro de diversión con ambiente familiar”, el que siempre saluda con felicidad casi paternal al que se asoma a su reino; los meseros que nunca cesan en su intento de robarle algo al borracho bailarín, y por supuesto el mismo borracho bailarín que en apariencia es el último eslabón de eterno negocio de la trata de blancas.

Hay pocos lugares con tantas esperanzas fingidas, historias generalmente repetidas de las que trabajan para llevarle de comer a sus hijos, y que por esa simple razón se ven obligadas a practicar el oficio más antiguo del mundo que no es el periodismo.

Igual que en la vida de día de donde proviene cada uno de los clientes habituales, el argumento apenas cambia y de no ser porque la ebriedad es un requisito obligatorio para navegar en las aguas nocturnas de las ilusiones, el fastidio afectaría uno de los negocios más constantemente detestados pero siempre floreciente, que todo es cuestión de cambiarse a otra carretera federal que salga de la ciudad.

Sin embargo todo ha cambiado. Las muertas que no dejan de aparecer en todo el territorio nacional desataron el terror, sin que esto implique que el “mal necesario” como algunos lo llaman, se extinguiera de la noche a la mañana. Por el contrario, crece y crece, pero en condiciones cada vez más clandestinas, y por lo tanto peligrosas.

Sería decir una mentira afirmar que todas las mujeres que trabajan en esos lugares están a la fuerza. Probablemente un alto porcentaje simplemente decidió que era el trabajo que mejores ganancias les podía dejar en tanto la juventud durara, y aceptaron que con todo y los descuentos por uso del lugar, protección y otros, todavía era negocio dedicarse a esos menesteres.

Pero también hay las que viven espantadas día y noche, que viven en un eterno peregrinar por lugares donde son presentadas como las mujeres más exuberantes y solo dignas de los dioses. Es una eterna gira artística, con la salvedad de que no lo son, y sí en cambio su alquiler a cuanto tugurio se atraviese en el camino del dueño del grupo de jovencitas, que tarde o temprano buscarán salir de un infierno que para esas alturas habrá terminado con sus esperanzas.

Los tiempos modernos han modificado sustancialmente ese submundo que todos niegan pero que con frecuencia usaron de jóvenes, a veces también de viejos. Ha cambiado todo, y también los parroquianos son otros. De alguna forma el nulo respeto a la vida que se ve en cada rincón del país con ajusticiamientos al por mayor, si es que se puede usar la palabra justicia en esos menesteres, ha tocado el mundo de los cabarets para echarlos de boca en asuntos que no se platican y prácticas que no tienen nombre.

Otros son los personajes que se asoman detrás de la cortina pesada y olorosa a humo. Diametralmente diferentes a los de tiempos casi legendarios de la Pachuca-Zona de Tolerancia. Algunos dirán con razón que siempre ha sido igual. Otros que no, que con todo, en esos tiempos de añoranza las mujeres que trabajaban en esos centros de esparcimiento familiar recibía un trato digno, y que las perversiones eran no solo mal vistas sino condenadas y no permitidas.

Hoy abundan las jovencitas casi niñas que nadie sabe su origen, que algunos adivinan pero callan, guardan silencio. Son la carne nueva en no pocos tugurios donde se venden vidas sin historia, porque la memoria hace daño a todos cuando de olvidar se trata.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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