Cornezuelo

ANDANZAS

Lentamente subió los escalones hasta llegar a la parte más alta de la plataforma de madera donde fue exhibida ante los ojos del pueblo. Todos notaron que estaba desconcertada, débil y sumergida en un llanto inconsolable.
Con una expresión de angustia, la mujer contó: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Seis pasos y ya estaba en el centro; después miró hacía arriba y vio el armazón que sujetaba una cuerda con un nudo corredizo. Frente a ella el pueblo gritaba: ¡Maten al demonio! ¡Satánica! ¡Pecadora! ¡Delincuente!
Los hombres que la escoltaban hasta ese pequeño escenario se alejaron lentamente mientras otro sujeto, con el rostro cubierto, se acercó a ella para colocarle la cuerda alrededor del cuello y apretar tan fuerte hasta que las venas quedaran marcadas.
En ese momento la mujer vio pasar su vida en segundos. Todo su cuerpo estaba sudando, frío. Mientras tanto a su mente llegó el recuerdo de cuando era niña y remojaba el pan con la leche; de cuando jugaba sola, imaginando amigos; de cuando vio por primera vez al demonio, pero nadie le creía; de las visitas a la iglesia y las charlas con los sacerdotes; de sus padres preocupados buscando una solución.
También recordó a los médicos que no encontraban explicación a su comportamiento cuando adolescente, mismos que terminaron por llamarla “extraña”, “rara”; se vio por segundos en el suelo, convulsionando sin poder controlar sus extremidades; a su mente llegó el día que le cortaron un dedo por la extraña enfermedad que padecía.
Los gritos la regresaron a la realidad. “¡Bruja! ¡Bruja! ¡Bruja!” La palabra la persiguió hasta en los últimos segundos. Desesperada soltó un grito desgarrador que se cortó repentinamente cuando la plataforma que le sostenía los pies desapareció.
Su cuerpo quedó suspendido, meneándose levente de un lado a otro, colgando del cuello ante la mirada de los gritones que tras presenciar el acto, abandonaron poco a poco el lugar mientras el cadáver fue descendido y tapado con una sábana blanca.
Pero nadie supo hasta años después que el cornezuelo llevó a las “brujas” a la horca. Y es que dicen por ahí que las pobres mujeres que fueron acusadas, enjuiciadas y condenadas a la pena de muerte, iban por la vida intoxicadas por un hongo que se daba en el centeno.
También cuentan por ahí que entre los principales componentes del cornezuelo del centeno se encontraba el alcaloide ergotamina, a partir del cual, un tal Albert Hoffman extrajo en 1938 la Dietilamida de Ácido Lisérgico, mejor conocido como LSD.

Entonces el diablo se les aparecía en visiones, había alucinaciones, convulsionaban sin padecer de enfermedades y perdían dedos en los pies o manos por la mala circulación.

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