Opinión de José María Carrascal
“Donald Trump entendió el miedo, desamparo, frustración de su pueblo. Ahora debe demostrar que sabe afrontarlos. Esperemos lo mejor y preparémonos para lo peor”
Los norteamericanos inician la era Trump con tantas expectativas como temores, y eso vale tanto para los que le votaron como para los que no.
El futuro ante ellos se presenta como una inmensa incógnita donde lo único seguro es que puede salir bien o ser una auténtica catástrofe.
De Donald Trump lo conocen todo, sus matrimonios, su imperio inmobiliario, sus bancarrotas, sus apariciones en televisión, sus desplantes, sus machadas, sus opiniones sobre lo divino y lo humano, en resumen, un impresentable. Y lo tenemos al frente de Occidente.
Aunque lo más grave es que desconocemos su capacidad como gobernante. Es verdad que, contra todo pronóstico, logró imponerse a rivales que llevaban toda su vida en la política. Pero lo hizo precisamente por ser un outsider, alguien fuera de ella.
Y Como todos los políticos habían cometido errores garrafales, empezando por ignorar las clases media y baja blancas, que se sentían olvidadas por un Washington que permitió la gran crisis dejándolas en la indigencia, mientras los mandarines y sus amigos se enriquecían, ganó Trump.
Tan simple y triste como eso. Que, por cierto, ha ocurrido en otros países occidentales. El voto a Trump es el voto indignado del Frente Nacional francés, de Iniciativa por Alemania, del Brexit en el Reino Unido, del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, del Partido de la Libertad en Austria, de Podemos en España, un voto contra la clase política convertida en establishment. Al que, paradójicamente, Trump pertenece.