CONCIENCIA CIUDADANA
El proyecto de constitución moral propuesta por Andrés Manuel López Obrador desde su campaña presidencial, ha sido recibido con cierto escepticismo por los principales grupos de influencia social, académica e intelectual que, por la naturaleza de sus tareas, era de esperarse respondieran con mayor decisión y hasta entusiasmo al proyecto presidencial.
Por otra parte, el anuncio del presidente López Obrador de convocar a un constituyente encargado de elaborar la Carta Magna de la moralidad provocó la adhesión de algunas iglesias protestantes y asociaciones civiles sin gran influencia, mientras que la Iglesia Católica elude incomprensiblemente la invitación, reacia a perder su ancestral rectorado sobre las costumbres y creencias populares, aunque la sociedad moderna haya optado desde hace años por dejar de obedecer sus mandatos.
NO es tan lejana a ésta actitud la prevaleciente en los medios académicos, políticos e intelectuales, aunque su escaso interés en el asunto tenga causas totalmente contrarias a las de los grupos mencionados; dado que, por definición, ellos constituyen la parte pensante de la sociedad laica y moderna nacida de la confrontación con el dogmatismo y el autoritarismo político, a los que venció en el terreno de las ideas antes que en el campo de batalla, proclamando la moral como una decisión de carácter personal y voluntario e imposición dogmática impuesta por derecho divino de la iglesia o los monarcas.
La desconfianza de muchos se acrecentó cuando el presidente de la república anunció que en la enseñanza pública se incluirá la educación moral como tema obligatorio; causando agitación y una sorda oposición entre el magisterio, gremio formado dentro de un acendrado laicismo, que le lleva a desconfiar de los términos utilizados por el presidente en su intento por incluir dicho tema en la formación básica de los niños mexicanos.
Más desconcertante que la respuesta magisterial (determinada en gran medida por el corporativismo que aún domina al gremio), resulta la indiferencia de quienes, por vivir dedicados a la reflexión y creación filosófica, podría pensarse deseosos de colaborar con el llamado presidencial. Más su escaso entusiasmo, nos hace pensar todo lo contrario. Es como si luego de años o siglos de espera y marginación, hubieran tomado la decisión de seguir el consejo del Platón amargado quien, al regresar a su Patria procedente de Siracusa donde tras ser llamado como asesor del rey terminó vendido como esclavo, juró no volverse a meterse jamás en los asuntos de la res publica. El que con leche se quema, hasta al jocoque le sopla.
Otros piensan, como Zaratustra que el momento para descender a la plaza aún no ha llegado, prefiriendo la soledad de la montaña y la sola compañía del águila, antes que tolerar el sarcasmo y la ignorancia de las chusma, olvidando que en el sano y alegre origen de la vida democrática, la reflexión y el debate deambulaban por calles, plazas y talleres de Atenas; cimbrando los horizontes de la conciencia ciudadana.
Pesimismo de la inteligencia y optimismo del corazón y no lo contrario, recomendaba por su parte Antonio Gramsci a los intelectuales que se reconocen moralmente obligados a colaborar en la ampliación del bien común; sabiendo que éste y no otro es el momento para hacerlo. Afortunadamente, México ha contado a lo largo de su historia con hombres y mujeres pensantes comprometidos con los el bien común y la transformación social; basta recordar al gran filósofo Luis Villoro, quien fue capaz de aportar su trabajo reflexivo a los más importantes movimientos sociales del pasado reciente, sin menoscabo de su libertad de pensamiento e independencia política.
Por su parte, esta Conciencia Ciudadana, asume su compromiso pleno con dicha tarea; haciendo una atenta invitación a quienes nos siguen a integrarse al gran diálogo nacional en torno a la constitución moral propuesta por el presidente López Obrador.
¡Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS YA CON NOSOTROS!