
Pido la palabra
“¿Por qué quieres ser abogado?” Esa pregunta se la hice alguna vez a mis alumnos, y sin excepción alguna, todos ellos me dieron una respuesta en donde, palabras más, palabras menos, tomaban como elemento fundamental la necesidad de defender a aquellos a los que cotidianamente violan sus derechos; una declaración de guerra a la injusticia era el factor común en todas sus respuestas.
Rescato de tales comentarios el punto en donde ellos, como parte de la sociedad, tienen la percepción de que estamos atravesando una crisis de legalidad; crisis en donde los derechos fundamentales son letra muerta.
Al abundar sobre el tema, refieren que estamos viviendo en un estado de simulación, en donde los sofismas de la política hacen pasar como bueno para todos lo que en realidad lo es solo para algunos. Como quiera que sea, esto es solo un pensamiento crítico de una sociedad cada vez más descorazonada de sus representantes.
Lo cierto es que la mayor parte de la gente caminamos para donde el viento nos empuja, sorteamos el temporal y procuramos sobrevivir con lo que el día nos va dando; nos quejamos, pero por lo general nuestra desdicha la acreditamos a las circunstancias, culpamos a los demás y se nos olvida hacer un análisis de nuestros actos y el consecuente cumplimiento de nuestra responsabilidad; somos hijos del temporal, y la suerte es nuestra guía; y no nos damos cuenta que precisamente es nuestra suerte la que necesita mucha ayuda para hacer su trabajo, y esa ayuda, nosotros somos los únicos que podemos proporcionársela.
Nos sumimos en nuestro duelo, el duelo por la muerte de un ser querido; el duelo por el abandono en que nos tiene otro ser querido; el duelo por la pérdida de un bien o una cosa querida; pero vivimos en un eterno duelo, “el duelo del abandono de nosotros mismos”.
Levantar la voz, para muchos es impensable: la flojera, la apatía, el miedo y la ignorancia sí hacen su chamba: nos paralizan, nos impiden ir más allá de lo que el día y nuestro escaso esfuerzo nos da; queremos sacarnos la lotería, a veces sin comprar el billete; rezamos para que ahora sí la suerte voltee a vernos porque nos late que nos sacaremos el Melate; queremos trabajar y sentimos que nos merecemos que el trabajo nos lo deben ir a ofrecer hasta nuestra casa.
Tal vez por ello nos hemos convertido en una población que gustamos de ser guiados; quizá por ello, algunos simples mortales -el tuerto en tierra de ciegos- son elevados a rango de semidioses; se les adora, se les venera, casi al punto de dar la vida por el guía moral.
Siempre me he preguntado qué es lo que hace que una persona sea seguida por multitudes; la respuesta no tiene nada de simple, si acaso, un común denominador, el miedo de las masas; el temor a hacerse cargo de su propio destino; el miedo a vencer nuestro propio miedo; por ello las masas requieren que “alguien” lo haga por ellos.
Pero es precisamente ese temor masificado el que le da la fuerza al líder, el que lo convierte en el ídolo redentor; y Él lo sabe, huele los miedos de la masa y lo manipula, lo usa a su favor; sabe que nadie osará levantar la voz en su contra, pues la falta de organización de las masas los convierte en materia fácil de controlar; pues si acaso hubiese algún inconforme -que los hay por montones- pocos se atreverán a enfrentarse al líder, por el miedo de que nadie lo siga en contra del dictador; teme que lo “dejen morir solo”; y ante esa perspectiva, decide quedarse callado, no actuar, permitiendo que los liderazgos mesiánicos se perpetúen.
Y es en este panorama de inercias y razonamientos en donde nos tocó vivir a unos y vegetar a otros; época de contradicciones y antagonismos, pero también época en donde se hace indispensable analizar el grado de responsabilidad de nuestras autoridades, en el pensamiento álgido de la sociedad; que no se desestime ese desencanto, bien vale la pena reconocer y corregir, pues al final del día, nuestra democracia, espero que no simulada, en verdad sea del pueblo y para el pueblo. Alguien decía que no hay miedo más irracional que el que es producto de la ignorancia y por ello digo: “representantes populares: conozcan y acérquense a su pueblo, porque ese pueblo va a reaccionar y decidir no ver a aquellos que solo los utilizan como tapete político”.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.