CONCIENCIA CIUDADANA

EL COMPROMISO ES DE TODOS

   Andrés Manuel López Obrador encabeza el movimiento político más importante en lo que va de este siglo y muchos años atrás. Él representa la voluntad de la mayoría ciudadana por cambiar el rumbo del país. Por supuesto, no de todos. Quienes fracasaron electoralmente temen ahora la pérdida de sus privilegios y su forma de vida, tan distinta a la de los marginados de la fortuna. Por ello, AMLO ha tenido que enfrentar problemas que dañan profundamente a la sociedad haciéndolo de forma distinta a la utilizada por los anteriores gobernantes. Antes que continuar con la prepotencia, la corrupción y el alejamiento físico con el pueblo, ha preferido asumir las posibles consecuencias de un nuevo ejercicio del poder. Ciertamente, ese puede ser su mayor acierto y a la vez su mayor riesgo. 

   Para no meterse en problemas, pudo haber mantenido los mismos usos y costumbres de antaño y con ello calmar momentáneamente al monstruo creado por el neoliberalismo; dándole la espalda al mandato ciudadano. Pero no fue así y, en consecuencia, también los ciudadanos mandantes estamos obligados a escoger entre acompañarlo por ese camino o hacer frente a su desafío. Por supuesto, hay igual quienes evitan responder a la disyuntiva, intentando hacerse a un lado para ver, desde la barrera, para donde tira la suerte y tomar partido por el bando triunfador. Eso hacen los listos de siempre, interesados en mantener su espacio de confort; insensibles a la suerte colectiva; pero activos participantes de la discusión mediática, nuevo campo de batalla donde se intercambian toda suerte de mensajes, a veces ingeniosos y divertidos, aunque siempre irresponsables de sus consecuencias.    

   De cualquier manera, hay consecuencias y responsabilidades para todos. Andrés Manuel no sólo aceptó el riesgo de romper esquemas, sino que lo busca; y esto provoca entre quienes estaban acostumbrados a temer y respetar a los gobernantes en función a la cercanía o lejanía con ellos, a considerar que la diaria exposición a la crítica de los medios de difusión es una muestra de debilidad del presidente y no una cotidiana renovación del pacto político con la ciudadanía. 

   Ha sido proverbial el alejamiento entre presidentes y ciudadanos a lo largo de la historia de México. De los revolucionarios, sólo Lázaro Cárdenas dialogaba y convivía con personas humildes y se apersonaba en los lugares de mayores conflictos. Luego, la presidencia fue perdiendo su cercanía a la gente, las distancias que los separaban fueron cada vez más grandes y las barreras más numerosas. Al final, en la decadencia neoliberal, la famosa fiesta del Grito, se efectuaba con un Zócalo dividido casi a la mitad por barreras que separaban como un abismo al gobernante de sus gobernados.   

   Por eso el estilo de López Obrador no solo enerva, sino enfurece a quienes quisieran verlo igual que aquellos, alejado del pueblo. Y aunque no siempre es recibido con aplausos sino con demandas desesperadas y hasta expresiones groseras, él no deja de desplazarse a ras de tierra, sensible y atento a la temperatura popular sin temor a los riesgos que plantea el encontrarse frente a multitudes enfurecidas o azuzadas desde las sombras. 

   Pero ese compromiso no es solamente suyo. Quienes votamos por él y quienes sin hacerlo han aceptado razonablemente su autoridad; estamos comprometidos no sólo con él y su proyecto de nación; sino más allá de ellos, con el bien común al que todos aspiramos. Por esa razón, éste es más un compromiso ético que político, una apuesta por la dignidad, la paz y el progreso social.  

   Pero mientras el país se estremece con las calamidades naturales y económicas, una buena parte de quienes hasta ahora han podido superarlas sin mayores sobresaltos, no tienen mayor reparo en apostar al fracaso de la administración Lópezobradorista sin reparar en las consecuencias de sus actos o tal vez, perfectamente conscientes de ellas. 

   Grupos de ese origen utilizan sus inagotables recursos económicos, sus capacidades profesionales y hasta su indudable ingenio y valioso tiempo para mellar la autoridad de quien intenta con todas sus energías enfrentar la pandemia y la crisis económica celebrando los indicadores negativos como si fueran torpedos dirigidos a hundir a su odiado rival político.  

   Inconscientes e ingenuos, sus adversarios creen que sus campañas mediáticas desacreditando y difamando al presidente y sus decisiones, terminarán por desgastarlo ante la opinión pública; cuando en realidad no logran sino provocar la indignación social, que toma nota puntual de la falsedad e insidia de las acusaciones que se propagan en su contra. 

   Con su fe en el impacto mediático y utilizando las mismas técnicas de publicidad con que promueven el consumo de sus mercancías; ellos piensan que la experiencia histórica ha quedado borrada de la memoria colectiva y que pueden continuar dirigiéndola como dócil rebaño de compradores de ilusiones.  

   Se equivocan. Aunque adormilada durante años, la sociedad mexicana toma en cuenta sus experiencias y difícilmente aceptará los sedantes con que se le inmovilizó durante tanto tiempo. Hoy, son cada vez más los ciudadanos que comprenden los juegos de poder y van tomando en sus manos las armas cívicas necesarias para defender el proyecto transformador ya sea en las redes sociales, el debate público y hasta en las charlas privadas. Los cambios obtenidos van emparejando las posibilidades de expresión entre el prepotente y el ciudadano común y corriente y ya no es posible volver a los tiempos en que el monopolio del poder residía en unas cuantas manos. Las condiciones han cambiado y la transformación nacional va ganando terreno; aunque, indudablemente, todavía falta mucho camino que recorrer

Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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