Conciencia Ciudadana

LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE CRISIS

“Nunca permití que la escuela interfiriera con mi educación”
Mark Twain

Un letal e invisible virus ha venido a trastocar todas las actividades sociales, sacando de quicio a los individuos, instituciones y sistemas que conforman la sociedad moderna; regida por la constante medición de tiempos y movimientos, objetivos y resultados, éxitos y fracasos.

En nuestra época, toda función social tiene un principio y un fin predeterminado, y cada individuo está sometido a un orden cuyas reglas le deben ser conocidas para lograr el triunfo y no fracasar en la vida.

La educación moderna no escapa a esa lógica y, de hecho, tiene asignado un papel fundamental para que las cosas funcionen así; a tal grado, que es usual culparla de los fracasos que una sociedad tiene para conseguir que sus integrantes se comporten en los términos en que se espera, lo mismo en la economía, que la política, la religión o la educación.


Para que esta última desarrolle con éxito dicha función; es necesario que sus operarios estén convencidos de que el mundo funciona bien cuando la escuela funciona bien; tal y como la señora gallina les enseña a sus pollitos que el sol sale cada día porque obedece las órdenes que le da el señor gallo por las mañanas.


Esta ingenua tergiversación de la realidad tiene un fondo profundo. Ya Platón, al describir la organización de la República, trae a cuento la necesidad de que los ciudadanos todos debían estar convencidos de sus tareas, a riesgo de que la Polis se viniera abajo; pues cuando el guerrero duda de que es capaz de defender la ciudad, la ciudad podría caer en manos del enemigo; y si el obrero no está convencido de que con sus pesadas faenas sostienen a la sociedad, ésta terminaría en un caos; en tanto que el pedagogo ha de creer a pie juntillas que su misión es precisamente
convencer a unos y a otros para creer que tal cosa es cierta y verdadera.


La educación formal que recibimos todos en la escuela, la familia, la iglesia o el trabajo, tiene, pues, que convencernos de que lo que aprendemos en ellas es lo mejor y más conveniente; papel que, sólo hasta muy poco tiempo ha sido puesto en cuestión.

El origen de esa desconfianza es, sin embargo, muy antiguo y Platón se encuentra también entre los primeros en sospechar que la acción educativa no es por sí misma, tan clara ni bondadosa como usualmente imaginamos.

En el mito de la caverna -uno de sus relatos más conocidos-, Platón hace ver de manera sencilla y a la vez profunda, que la mayoría de los seres humanos somos esclavos de la ignorancia que prevalece en la sociedad; a la que compara con una oscura caverna donde, en medio de las sombras, los seres humanos solo aprenden lo que quienes los manejan desean que aprendan, utilizando confusas imágenes proyectadas en las paredes de su prisión por algunos entusiastas instructores, seguramente escogidos por su espíritu profesoral, de entre todos aquellos sonámbulos.


Con dicho mito, Platón intenta hacernos ver que el verdadero aprendizaje de quienes habitan en la lúgubre caverna se encontraría en salir de las sombras y alcanzar la luz; desafío que, en el relato, sólo uno de los desdichados cavernícolas es capaz de llevar a cabo.

Quien se atreve a escapar de su encierro es, por supuesto; un inconforme, un rebelde y hasta un fracasado respecto a los objetivos pedagógicos del cavernario sistema educativo; y es de pensarse que el tránsfuga que
rompió los cercos huyendo al exterior; seguramente fue reprobado por sus instructores y puede ser que hasta alguno de ellos se haya condolido de su suerte.


Pero vayamos más allá de Platón: pensemos que en un terremoto la caverna se viene abajo y que los pocos sobrevivientes escapan como cucarachas del antro que ha sido su hogar durante toda su vida.

¿Qué podrán hacer fuera de ella si jamás fueron preparados para esa impensable contingencia? ¿Cómo sobrevivir al aire libre, en medio de las montañas y las praderas que les rodean, sin alguien que les enseñe cómo sobrevivir? ¿A quién podrán acudir para salvarse? Y, sobre todo, ¿Qué harán sus desorientados instructores si ellos mismos ignoran qué hacer en la nueva situación?


Lo más seguro es que tanto mentores como aprendices, terminen por refugiarse en las cavernas cercanas, esperando a alguien que les asigne en sus antiguas funciones.

No se requiere gran trabajo para comprender que lo sucedido en ese relato mítico puede ser aplicado a la situación que vivimos.

Los administradores educativos tratan por todos los medios posibles de normalidad las actividades escolares, sin caer en la cuenta que todo, no sólo las condiciones materiales, sino el sentido mismo de la enseñanza ha cambiado; porque suele suceder que los educadores seamos los últimos (me incluyo en ellos, porque también soy parte del gremio)
en comprenderlo.

Nos sucede lo que a los músicos del Titanic, quienes seguían tocando afanosamente sus alegres melodías mientras el buque se hundía en las profundidades del gélido océano.

¿Tiene que ser así la actitud del educador y de los sistemas educativos en estos momentos? Creo que no. Un verdadero educador y un sistema educativo tienen que dar respuestas distintas a distintos escenarios y demandas.

No es necesario atosigar a nuestros muchachos con los contenidos y programas vigentes al momento de estallar la pandemia; impulsémoslos a
adquirir las habilidades, aptitudes y actitudes idóneas para responder a los problemas y oportunidades que se les presentan aquí y ahora y más aún, a convertirse en agentes del cambio que coadyuven a enfrentar las circunstancias y los desafíos que se les presentan a sus familias
algunas de las cuales no tienen internet; ni disponen de los materiales que absurdamente se les siguen exigiendo a larga distancia; mientras que otras más enfrentan la separación de padres y aun de hijos en distintos hogares; la hospitalización o muerte de algún familiar que los niños y jóvenes padecen intensamente .


Seguir exigiéndoles más de lo mismo -por más que se les disfrace con el uso de las “nuevas tecnologías”-, es tanto como impedirles salir de la caverna cuando todo hace pensar que ésta pudiera venirse abajo.


En gran medida, son los educadores y no los administradores de la educación, quienes tienen la solución en sus manos, si saben percibir y actuar conforme a la tarea que les corresponde en este momento.

La cercanía con sus alumnos y el conocimiento de su capacidad para afrontar creativamente los desafíos del momento; pueden influir poderosamente en permitirles comprender la función que estos tiempos nos demandan.

Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS

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