Conciencia Ciudadana

    •    Poder y prensa: una nueva relación 


Hay un problema de fondo en la relación entre el Presidente de la República y  la oligarquía mediática  que no tiene que ver con las formas ni los procedimientos con que usualmente han de tratarse dos poderes que dialogan; sino en la incapacidad del poder del dinero para entender que las cosas han cambiado y que el control de la opinión pública ya no se encuentra en sus manos. 
No, no es la incomprensión lo que separa al mandatario y al conjunto de reporteros de la fuente presidencial como se piensa tras los deplorables encuentros en las Mañaneras. Se trata de una diferencia mayor, una separación más profunda entre el gobernante y los medios; algo que tiene que ver con la forma en que cada una de las partes comprende su papel social y sus responsabilidades y por ende, los límites y las posibilidades de sus tareas.
El presidente de México es, a querer o no, el representante de la nación y, como nunca antes lo es debido a un gran rechazo ciudadano a la forma de gobernar de antaño; lo que llevó a AMLO a cambiar  las viejas prácticas  con las que sus antecesores mantuvieron el control político y social mediante el uso y la manipulación de los medios de comunicación social.
 Al igual que los demás espacios de poder del México viejo (viejo a partir del primero de diciembre del año pasado);  la de la comunicación se basó en un sometimiento de los medios a la Presidencia de la República en lo federal y a los gobiernos locales en lo estatal. Bajo esa premisa, los gobernantes podían actuar impunemente porque contaban con una prensa y una televisión a modo que hacían  como que informaban cuando en realidad sólo coadyuvaban a mantener el estado de cosas a conveniencia de la clase gobernante; mientras la conciencia ciudadana luchaba infructuosamente por encontrar los resquicios para informarse convenientemente.
El ascenso de Andrés Manuel López Obrador planteó una crisis para ese modelo,  inútil en términos prácticos, pues de querer, hubiera podido manejarlos a su antojo.  Pero pudiéndolo hacer, no lo hizo; sino, por el contrario, disminuyó en más de la mitad el presupuesto público destinado a la publicidad oficial en los medios de comunicación; desapareció las oficinas de comunicación social en todas las secretarias y prohibió los viciosos usos y costumbres hasta entonces vigentes en el trato con directores de medios y reporteros. En otras palabras, actúo de acuerdo con una nueva ética del poder para la que la comunicación social  ha de garantizar la verdad, la claridad y la oportunidad de información a toda la sociedad y no solo a las minorías poderosas.  
En ese mismo sentido, el Presidente estableció -como antes lo hizo en el gobierno del D.F.-, la política de brindar una conferencia de prensa diaria a todos los medios públicos, privados y sociales de comunicación masiva sin distinción de filias y fobias políticas; en la que los reporteros de las principales cadenas de prensa, radio y televisión privada han sido sus más acuciosos críticos, cuestionándolo sin cortapisa alguna, ni ser molestados en sus personas por sus opiniones. Jamás en la historia de México ocurrió que en el centro del poder mismo, un primer mandatario y un grupo variopinto de reporteros de los medios (junto con algunos youtubers aún en minoría), intercambiaran a veces de manera apasionada y hasta exaltada, sus puntos de vista en torno a los problemas y toma de decisiones públicas de la nación frente a la opinión pública, que, se calcula, alcanza casi siempre una audiencia mayor a las 3 millones de personas; haciéndolo quizá el programa más visto no solo de México, sino del planeta entero. 
La sociedad mexicana saltó pues, de repente, de un estado de cosas donde la información oficial saturaba a la opinión pública con mensajes y programas patrocinados con el dinero público,   derramando  generosos caudales a los medios de comunicación; a otro donde los recursos han dejado de utilizarse para la componenda, sin que por ello  el  gobierno se quede incomunicado; ni los medios privados tengan en sus manos, como antaño, la posibilidad absoluta de informar a la opinión pública lo que mejor le convenga a ellos y sus patrocinadores.
Sin embargo, no es fácil que los desplazados del poder mediático  cedan tan fácilmente. Los conflictos crecientes entre el presidente y los reporteros de los medios en las últimas conferencias mañaneras así lo indican. No son éstos, sin embargo,   quienes plantean el problema mayor con sus desplantes y hasta falta de respeto a la investidura presidencial; eso lo comprende Andrés Manuel,  quien aguanta hasta el límite de lo permitido a quienes  no pueden demostrar, en las actuales circunstancias, el debido comportamiento y respeto a su autoridad. En realidad, son sus patrones y la elite oligárquico/financiera quienes corrompen y manipulan a los más débiles de los trabajadores de la comunicación, la verdadera mano que mece la cuna y  trabaja  incansablemente tratando de mellar la credibilidad popular del el único presidente que se ha atrevido a abrir la discusión con los medios de manera total.   
Pero el efecto ha sido contrario a lo que esperan: cada vez más la prensa y la televisión  que creció a la sombra del presupuesto público va perdiendo la atención y el respeto de la opinión pública cada vez más enterada y politizada y, por tanto, escéptica de toda información que huela a boletín informativo o a promoción comercial y que, por lo demás hoy cuenta con las redes sociales para informarse, por más que éstas  también puedan ser manipuladas. Así pues, a pesar de los embates y de los enfrentamientos que seguirán dándose entre el presidente y los dueños de los medios  (y no con sus empleados),  aquél  seguirá contando con un amplio margen de maniobra y sobre todo, de credibilidad den la opinión pública, pieza fundamental para la cuarta transformación en proceso.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS. 

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