CONCIENCIA CIUDADANA

La olvidada gesta de septiembre

Llegó Septiembre y con él las fiestas patrias, primeras del gobierno de la Cuarta Transformación tanto en Palacio Nacional, como en los de estados y municipios que encabeza MORENA y sus partidos aliados.
    En esa tónica, los hechos históricos que conformaron nuestra nacionalidad deben ser repensados y reflexionados más que como anécdotas del pasado, como capital cultural que permita tomar sentido lo mismo de nuestras  capacidades y virtudes, que de nuestras debilidades y defectos. El Presidente de la República, suele repetir que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, axioma que esta Conciencia Ciudadana ha sostenido durante años ante sus lectores con la esperanza razonable de contribuir no sólo a su ilustración, sino a la toma de conciencia que ha de acompañar a todo mexicano amante de su patria.
    Pero si la ciudadanía tiene que revalorar su pasado descubriendo episodios y significados hasta ahora olvidados por  la memoria colectiva; los encargados de promoverlo –pienso en la SEP, y  diversas agencias culturales, algunas por fortuna a cargo de intelectuales como Paco Ignacio Taibo II, apasionado lector y divulgador de nuestra historia nacional- tienen no sólo la oportunidad, sino la obligación de abrir las puertas del pasado canceladas  por ignorancia, desidia o malicia de sus antecesores.
    Mucho hay aún que decir del Mes Patrio en la historia; pero por hoy,  sólo comentaremos un episodio preciso acontecido durante la etapa final de la invasión norteamericana a México de 1847. Tras las grandes batallas  que abrieron el paso a los invasores hacia el centro del país; el Valle de México fue el último objetivo a conquistar,  lo que aconteció -de acuerdo a la leyenda- con la caída del Castillo de Chapultepec; por lo que la mayoría de los mexicanos lo consideran como el episodio final de esa guerra.
    Sin embargo, la defensa de la Ciudad de México no concluyó con esa acción. La madrugada del 14 de septiembre de ese año, cuando Chapultepec  ya había caído en manos gringas;   Antonio López de Santa Anna y el ejército, abandonaron en secreto la Capital, tomando camino hacia Querétaro.  Por eso fue una sorpresa que al despertar del mismo día, la población se encontrara de manos a boca con el ejército norteamericano en pleno centro de la Ciudad de México.
    Y es que el Dictador y algunos “notables”, habían acordado con el jefe invasor (general W. Scott),  dejar entrar a los estadounidenses a cambio de respetar y evitar el saqueo a sus negocios sin dar aviso alguno a la población. Los habitantes de la Ciudad -que según los cronistas de la época-, hasta entonces “había dado muestras de indolencia” (*) no pudieron resistir  que sus invasores marchasen por sus calles; comenzando a provocar a los soldados yanquis quienes, seguramente suponían ser bien recibidos por la población civil.  No se sabe dónde y en qué momento, pero de algún lugar salió un disparo, respondido por una lluvia de balas, convirtiendo al centro de la Ciudad en un improvisado campo de batalla entre quienes sentían ofensiva e insoportable la presencia de los extranjeros y los iracundos invasores  que respondieron los insultos y las pedradas  con cañonazos e incendios.
    Pero la furia de la Ciudad era imparable, y crecía conforme las huestes gringas se adentraban en sus calles. Algunos soldados mexicanos que aún vagaban por el valle humeante, se unieron a los civiles en las trincheras y callejones de los barrios y pueblos como San Lázaro, San Pablo, la Palma, el Carmen, La Candelaria de los Patos y otros lugares donde se combatió día y noche. Así  lo relatan quienes lo vieron: “Multitud de víctimas en todo aquel día regaron con su sangre las calles y plazas de la ciudad. Doloroso es decir que aquel esfuerzo generoso del pueblo bajo, fue en general censurado con acrimonia por la clase privilegiada de la fortuna, que veía con indiferencia la humillación de la patria, con tal de conservar sus intereses y su comodidad” (*)
    Con la madrugada del día 15, la ira popular despertó con la misma fiereza con que los invasores intentaron sofocarla durante la noche; repitiéndose las escenas del día anterior por todos lados de la Ciudad de los Palacios. Una esperanza abrigaban los chilangos: que Santa Anna comprendiera que el ejército norteamericano estaba atrapado y podría ser contenido y hasta derrotado si los soldados mexicanos que se retiraban a Querétaro regresaban a combatirlos. Pero todo fue en vano, el dictador vaciló y jamás dio la orden  de dar marcha atrás al ejército. En cambio, las guardias nacionales (compuestas de civiles voluntarios) no lo acataron, tratando de organizar la caótica defensa sin lograrlo. Y mientras que la autoridad municipal solicitaba a los invasores respetar a los pobladores pacíficos, aquellos exigían la rendición incondicional para dar garantías. Peor aún,  excarcelando delincuentes, el ejército invasor utilizó sus servicios para mapear los barrios populares a fin de ubicar o asesinar a sus defensores. Finalmente, ante la falta de apoyo de Santa Anna, la rebelión fue diluyéndose los siguientes días, hasta que los norteamericanos lograron sofocarla, con una cauda incalculable de muertes y pérdidas materiales.
    ¿Se sabe todo esto? Sí, por supuesto; pero no se quiere recordar, no se guarda memoria ni se quiere explicar cómo fue que el pueblo llano de la Ciudad de México tuvo más dignidad y decisión que las “instituciones de estado”: el dictador, los políticos y los generales así como los burgueses que se rindieron ante el invasor antes que verse afectados en sus propiedades. En conclusión, puede afirmarse que no fueron los militares ni las clases privilegiadas; sino  el pueblo llano de la capital de la república, quien ese Septiembre dio una lección imperecedera de dignidad, valentía y capacidad al enfrentar a un ejército invasor al que mantuvo en jaque y quizá hasta pudo haber doblegado si hubiera recibido la ayuda necesaria.
    La heroica defensa popular de la ciudad de México del 14, 15 y 16 de septiembre de 1847 es y será, sépase o no, quiérase o no, un episodio histórico de proporciones mayúsculas que constituye un eslabón determinante en las luchas del pueblo mexicano por su independencia y soberanía, dando paso a la maduración de las ideas progresistas que culminarían con las reformas liberales de la siguiente década y que, por tal razón merece ser conmemorado por el pueblo mexicano y el gobierno de la Cuarta Transformación, quien ha manifestado su voluntad por  revalorar los hechos de de nuestro pasado. ¡Honor y gloria al heroico pueblo defensor de la ciudad de México en 1847!
    Exhortamos al gobierno de la 4T incluya éste gran episodio  nacional en las conmemoraciones de las fiestas patrias de aquí en adelante.

(*) Para los testimonios de la época, nos apoyamos en el libro Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos, Siglo XXI editores, edición facsimilar a la de 1848, reeditada en 1970.

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