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Con la puerta cerrada

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RELATOS DE VIDA

Tenía tan solo seis años, acostumbraba jugar en su cuarto, habitualmente acompañado de su abuelo; sin embargo había espacios de tiempo en los que disfrutaba estar “solo” aunque no lo parecía, sus murmullos se escuchaban simulando que tenía compañía.

Hablaba, cantaba, reía, también llegaba a enojarse y acto seguido cerraba la puerta de su cuarto; no obstante pasado un tiempo la volvía a abrir y continuaba disfrutando de la compañía para todos invisible.

Por lo menos tres días a la semana mostraba ese comportamiento, era feliz y para sus papás eran actividades normales tener un amigo imaginario; que con el paso de los años dejó de imaginarlo e invitarlo.

En una tarde de charla, el abuelo platicó que en la casa paseaba el alma de un pequeño que aún no entendía lo que había pasado; recordó que cuando era pequeño solían jugar a los navegantes en la tarja que conducía agua hacia el pozo.

Colocaban una tina y tomaban unos palos que imaginaban eran sus remos, se embarcaban y paseaban por el largo de la canaleta; era un juego que practicaban en grupo; sin embargo un día al pequeño se le hizo fácil hacerlo solo, se metió en el objeto para lavar ropa y emprendió su viaje; que se vio interrumpido cuando la embarcación se volteó e impidiendo que saliera a la superficie, desde entonces navega en los pasillos buscando quien lo compañeros en el juego.

Emmanuel recordó al pequeño niño, y los aventuras que emprendieron juntos durante mucho tiempo, sin embargo a partir de ese momento siempre se aseguró de cerrar la puerta antes de dormir, porque sabía que él lo estaba esperando para seguir jugando.