Comunidades desgarradas

Conciencia Ciudadana

“La palabra sin la acción es vacía,
La acción sin la palabra es ciega,
La palabra y la acción fuera del
Espíritu de la comunidad
Es la muerte”  
Pueblo Naso

   México parece haber olvidado las antiguas comunidades de las que procede. Nuestra vida actual, entregada a la modernidad científica, cultural o económica desdeña la visión colectiva y fomenta el espíritu individualista, de competencia en todos los órdenes. Sobresalir o tener éxito se identifica con obtener la ganancia, el prestigio y la seguridad a las que aspiramos a cambio de dejar a muchos otros más en el camino. La educación formal e informal ha tomado a la habilidad por competir como su fuente y la inspiración de sus métodos de enseñanza.
    Sin embargo, este sistema oculta que los verdaderos ganadores son los dueños de la pista, quienes ponen las reglas del juego y otorgan los premios y no los jugadores. Y ellos, aunque impongan las reglas del juego, se reservan el derecho de acatarlas o violarlas según convengan a sus intereses.   
   Se dirá que así es la vida, que nacemos para aprovecharnos unos de otros y que finalmente el más listo tiene derecho a llevarse las mejores ganancias mientras que el débil, ignorante o no competitivo siempre tiene las de perder. Pero esta visión que a simple vista parece lógica no lo es, y si creemos que así debe ser es porque hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas en un mundo organizado de esa manera, donde la educación juega un papel adaptativo fomentando la “mejora continua” de nuestras capacidades de producción bajo la organización social del trabajo basada en el individualismo, la competencia y la utilidad económica.
   Sin embargo, no tiene por qué ser así. La organización egoísta de la sociedad, donde el interés personal pesa más que el social, no es ni ha sido la única forma de organización humana en la historia del mundo; ni la que ha producido el mayor bienestar a sus integrantes y ni siquiera la que pueda asegurar un futuro mejor para la humanidad entera.
   Vivimos una nueva oleada de concentración de la riqueza en manos de una nueva casta divina, la que va tomando las riendas del poder en todas partes del mundo. Aquí, nos hemos referido a ella como la “lumpen-burguesía”; es decir, empresarios-delincuentes o delincuentes-empresarios que van apoderándose de la vida pública arrasando con las instituciones de beneficio social construidas con grandes esfuerzos por la sociedad durante décadas y a veces, centenas de años.
   Hoy, como diría cierta canción de Oscar Chávez  a México lo venden por todos lados; se vende hasta a la madre y a los hijos, a lo más querido y respetado; porque en este sistema de compra- venta que nos gobierna, educa, nos hace trabajar y hasta divertirnos en función a la ganancia, nada hay, ni cosa ni hombre, que no tenga un precio.
   Bajo esta lógica de pensamiento, resulta difícil, cuando no imposible, pensar que el bienestar colectivo sea condición del ejercicio público; porque hemos quedado ciegos e indiferentes a todo aquello que signifique el bien común aunque, paradójicamente, sea la única razón que sostiene aún ese tejido social llamado México.
   Nadie lo ve, nadie le presta atención ni le atiende como es debido; ningún presupuesto se destina a su supervivencia y pocos se interesan en fortalecerlo pero la vida común se encuentra ahí, siempre presente, actuante y sobreviviendo, como vive México, de puro milagro, o más bien, de la acción desinteresada de quienes, conscientes o no, se aferran a él como el último recurso para no ser devorados por la máquina devoradora de recursos y seres humanos en beneficio de la ganancia.
   Ese bien común oculto a nuestra miope mirada y petrificado corazón se encuentra en presente en la acción comunitaria sostenida por la acción de una gran parte de mexicanos, especialmente los más pobres, permitiéndoles sentir como parte de algo  y no sólo como un tornillo más de la máquina capitalista.
   La acción comunitaria es el elemento con el que pueblos de todo el mundo han creado a lo largo de centenares de de años la base fundamental de su bienestar, partiendo de la relación de sus integrantes con los elementos de la naturaleza y los seres vivos, a los que pertenecen los seres humanos sin ninguna condición de superioridad.   
     La Comunidad constituye un centro de relaciones humanas, que no ve en la ganancia individual o la competencia el motivo de su existencia sino en una relación de correspondencia y corresponsabilidad equitativa de todos sus integrantes; en la que los hombres, mujeres, niños y ancianos tienen su lugar sin la incertidumbre que provoca en ellos la voracidad de la sociedad de la competencia y el dinero.
   No es gratuito, pues, que sean las comunidades indígenas, campesinas, semiurbanas o urbanas, las presas preferidas de la voracidad mercantil; aunque hayan sido capaces de resistir un cúmulo de agresiones y los engaños seductores del poder del dinero para apoderarse de sus recursos territoriales, laborales y culturales con su ambición de convertir al mundo entero y sus habitantes en simples objetos de uso y cambio.
El consumismo y la competencia desaforada como la que hoy manda en el mundo y en nuestro país no puede garantizar la supervivencia de México, sino el de la renovación de las comunidades antiguas y la creación de otras nuevas comunidades, capaces de hacer frente a la pulverización de nuestra vida social y el dominio del dinero sobre de ella. Hagamos pues, todo lo necesario para recuperar esa vida común ahora tan fragmentada.

Related posts