
El Faro
No hace tanto tiempo alguien se hacía esta pregunta con sorpresa e inquietud. Alguna de tantas tragedias o matanzas que acababa de suceder provocó el cuestionamiento. La semana pasada fueron asesinados dos jesuitas y un promotor turístico en la sierra tarahumara de Chihuahua. Entre la pregunta original y el hecho asesino, pasaron varios años.
En 1992 ya en Chihuahua se sabía de ranchos propiedad de los aduanales de la caseta de Juárez. Las extorsiones eran muy provechosas. También se conocían los plantíos de marihuana que había en lo alto de la sierra. Los guardaganados estaban vigilados para que no cualquiera pudiera pasar. Sicarios con metralletas custodiaban los pasos. Se sabía que muchos de los que decían que marchaban para el otro lado, realmente se trepaban a la sierra para el cultivo de la droga. Dejaban sus tierras de ejido para dedicarse a algo mucho más rentable, ya que pagaban en dólares.
Se sabía que el tráfico de droga desde la frontera, pasando por la sierra y distribuyéndose más al sur, era controlado desde Ciudad Cuauhtémoc. En concreto, desde la oficina principal de la Procuraduría General. Confidencialmente se le preguntaba a la entonces directora de la PGR en Chihuahua, Tere Jardí, que de cuántos judiciales se fiaban en el estado y ni corta ni perezosa, contestaba que de uno y medio, es decir, de nadie.
También se sabía quiénes se dedicaban al tráfico de droga. Se conocía de familias que se habían asesinado unas a otras por pendencias del “negocio”. Se empezaban a ver casas que sobresalían de las demás por su elegancia. El dinero no venía necesariamente del otro lado. También, ya en esas fechas, podían identificarse en los campos menonitas que estaban sobre la carretera las “casotas” de quienes ya sembraban marihuana entre maíz y maíz.
Todo eso no había salido de la nada ni había surgido de repente. La sierra de Chihuahua, desde la frontera hasta casi Palacio de Gobierno, sabía de todo esto. Con razón los jesuitas comentan una y otra vez en el presente, con los cuerpos de sus compañeros recientemente rescatados, que lo sucedido en esta semana es un caso más, desgraciado, que en esas tierras se ha dado desde hace décadas. No pocos de los miembros de la Iglesia de esa zona vienen denunciando a gobiernos de todos los colores desde hace décadas sobre la violencia que se vive a diario en esos ranchos.
Es muy probable que la sangre de las últimas víctimas no solucione nada. Es probable que en un tiempo se sumerjan en el olvido. Es probable que las cosas sigan igual. Es probable que los más humildes sigan padeciendo violencia, hambre y muerte. Es probable. Lo que no es de recibo es que nos sigamos haciendo la pregunta que encabeza esta columna. Hemos llegado a como estamos porque durante muchas décadas, en México, hemos mirado para otro lado y ha habido personas que han vivido y medrado con estas actividades. La pobreza, el hambre y la falta de conciencia, son los alimentadores de lo que sucedió la semana pasada.