Home Nuestra Palabra Comienzos

Comienzos

0

LA GENTE CUENTA

Martín miraba a Elisa desde un balcón, en la planta alta de uno de los edificios que constituía la preparatoria. Desde su llegada a la escuela hace un par de semanas, el chico no hacía otra cosa que mirarla a lo lejos, admirarla visualmente, aunque sabía de antemano que jamás reuniría el valor de hablarle, aunque sea para preguntarle la hora.
    -¿Qué haces, Romeo moderno? –Joaquín, uno de sus amigos, lo saluda con sorna.
    El muchacho no se inmutó, solo agitó la cabeza positivamente, respondiendo al saludo.
    -¿Qué? ¿Dormimos juntos, o por qué no hablas?
    -Perdón, no pude dormir anoche –se excusa Martín-. Ya sabes, las tareas…
    Joaquín intuye la mirada inquieta del chico.
    -Sí, claro… “las tareas” –entrecomilla con los dedos-. Mira, carnal, no creas que nací ayer. Desde que esa chava llegó a esta escuela no hacer otra cosa que poner unos ojos de chivo a medio morir. Si no te aplicas, te la van a bajar.
    -Hay cosas más importantes que eso, ¿no lo crees? –Martín se pone a la defensiva.
    -¿No me crees? Hay un chavo del equipo de fut que le está echando el ojo. Yo digo que le hables ya, o después voy a ser yo el que te diga “te lo dije”.
    Un sudor frío recorrió parte de la frente de Martín, imaginándose un escenario adverso, indudablemente demoledor para sus propias aspiraciones. 
    -No me importa –Martín se armó de una autosuficiencia artificial-. Y no confundas las cosas. Solo estoy cansado.
    Dicho esto, se alejó del barandal que protege el segundo piso, y entró inmediatamente a su salón. Joaquín miró su actuar con cierta extrañeza.
    Pasaron las horas, las clases llegaron a su fin -para suerte de muchos-, y una aglomeración de adolescentes se formó en la puerta del colegio. Martín decidió esperar un momento, mientras se sentaba en una de las bancas para escuchar su repertorio en su celular.
    Una brisa soplaba suavemente, refrescando el ambiente cálido, mientras, Martín se imaginaba al lado de Elisa, como un par de novios. Todo iba bien, hasta que uno de sus compañeros lo interrumpió, pidiéndole unas monedas para su pasaje. Pasaba eso cuando una de ellas decidió caer.
    -Maldición…
    Persiguió aquella moneda escurridiza por unos metros, hasta que se detuvo a los pies de una chica.
    -Creo que esto te pertenece –la chica hablaba tímidamente.
    Martín no creía lo que veía en ese instante. Tenía a Elisa enfrente de él. Sintió el aroma floral de su perfume dispersarse por el aire. Torpemente agradeció el gesto mientras ella se alejaba. Sintió una mirada encima de él.
    -¿Qué? –Martín se percató de la presencia de su amigo, Joaquín.
    -Te ves más rojo que un chile, amigo. Deberías echarte un poco de agua –respondió burlonamente.