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Comenzar de cero

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Terlenka       

 

No existe palabra alguna que se encuentre aislada en su significado de una circunstancia determinada. Es decir, no hay palabra que no cuelgue de un árbol. La jerga política y la mala retórica se hallan plagadas de frases mecánicas y dislates cuya circunstancia o pertinencia es más bien inventada o artificial. Palabras que nos asaltan y nos dejan mudos. Un ejemplo de ello sería el término justicia cuando es expresado por un asesino o un criminal social. Aun bajo estas condiciones yo creo y continúo pensando que el concepto de libertad de expresión no es vano y tiene sentido pese a que se utilice constantemente, incluso por seres humanos cuya vocación tiránica o ánimo conservador traicionan el mejor sentido de tal concepto. ¿Cuántos censores natos utilizan esta expresión?

El miércoles pasado me enteré a hora tardía que esa misma noche estaba invitado a participar en una mesa en la que se defendería la libertad de expresión puesta en entredicho por el gobierno mexicano (o sus instituciones especializadas en el asunto). El objeto a defender era la revista “Cañamo”, editada en México, aunque filial de la original de procedencia hispánica; y el lugar o punto de reunión La Pulquería de los Insurgentes, espacio donde desde hace varios años se llevan a cabo un número importante de discusiones públicas, exposiciones, conciertos y demás actividades propias del cultivo heterogéneo del arte y la cultura. Si algunos museos subvencionados por el Estado y dirigidos por personas de visión raquítica realizaran una mínima parte de las actividades promovidas en este lugar, el bienestar público vía la promoción de las artes crecería y el movimiento de discusión y reflexión común tendría mayores alcances.

Como ustedes sabrán (pues lo he confesado a menudo en esta columna) abomino las mesas públicas, los mítines, las marchas y todo acto protocolario aun cuando persigan una buena causa. Cada vez que me encuentren como actor en cualquiera de estos escenarios den por hecho que me he arrepentido y vomitado varias veces antes de incorporarme a ellos. “Si este sentimiento está en mí, ¿por qué lo he de ocultar? No hay que corregir a los hombres por hablar sinceramente de sí mismos”, escribía Rousseau en Las confesiones. El asunto es que esa noche me presenté con el propósito de apoyar la libre circulación de esta revista avocada al conocimiento de la mariguana y en general inclinada a proveer de información a quienes estén interesados en ampliar su saber acerca de este tema. Como es evidente quien posee más información acerca de cualquier clase de sustancia, sea ésta vino, vinagre o mariguana, se encontrará en mejores condiciones de llevar a cabo un consumo razonado y, al menos, estará al tanto de las más distintas variables con el fin de formarse una opinión respecto a dicha planta o sustancia y a su influencia en el organismo humano. Es ésta una tarea de educación que el Estado (los gobiernos que lo representan) tendría que impartir y que los prejuicios fortalecidos por leyes anormales y extemporáneas impiden desarrollar. La existencia de la revista “Cañamo”, que en México es guiada por Leopoldo Rivera y un consejo editorial de conocedores, se encuentra en entredicho porque la Comisión de Revistas Ilustradas, dependiente de la Secretaría de Gobernación amenaza con impedir su circulación.

No entraré en detalles y sólo añadiré que el delito de esta publicación es educar a los interesados acerca de una planta que puede utilizarse de las más diversas maneras (el derecho de libertad de expresión obtiene su legitimidad de la misma Constitución Mexicana). Es más bien el prejuicio de algunos funcionarios y la holgazanería de las cámaras —al no legislar prudentemente— lo que nos lleva a situaciones de tal envergadura y bochorno. Censurar la educación cívica, mientras se promueve y permite el entretenimiento masivo destructor de pensamiento, la inequidad económica, la especulación financiera y la corrupción y tiranía local de algunos gobernadores no es un camino adecuado para progresar como comunidad. Si los consumidores se encuentran desprotegidos por la ignorancia y la ausencia de un conocimiento más profundo sobre las sustancias que consumen entonces es deber de cualquier Estado liberal auxiliarlos en este trance y garantizar su derecho a la libertad individual (el consumo de mariguana menor a cinco gramos no está penado más que vía la amonestación). Los políticos y sobre todo los legisladores son los sirvientes de la cosa pública y tendrían que, a través de la conversación pública, la información y el respeto a las minorías, crear leyes adecuadas a la diversidad propia de la época contemporánea. No hacerlo es un crimen de grandes dimensiones que se torna más grave al no permitir que, desde la sociedad civil, se edifiquen proyectos positivos al respecto.

Yo soy pesimista respecto a la impartición de justicia en el país que suelen llamar México. Lo soy por obvias razones. La libertad sospesada desde un aspecto negativo es simple ausencia de obstáculos. Mas la libertad que fortalece a las sociedades complejas es aquella que se construye a partir de la convención y el acuerdo sobre los límites que la sociedad debe imponerse para sobrevivir. Yo soy un amante de la libertad individual y creo que mientras una persona no agravie físicamente a otros ni realice daños evidentes a su comunidad (como el hecho de asesinar a estudiantes y permanecer impunes) tiene derecho al consumo y conocimiento de cualquier sustancia que él mismo elija según su propio gusto y circunstancia moral. ¿O tienen los legisladores que volver a leer a Rousseau y revisar el esmero con que procuró fundar teorías con miras al bienestar y a la felicidad ajena? Tal parece que debemos comenzar de cero.