
LAGUNA DE VOCES
Guardamos en los cementerios el equipo con que fuimos dotados al nacer para vivir la vida, pero sabemos con absoluta certeza, que lo principal, es decir la parte fundamental, que nunca estuvo anclada a parte alguna del cuerpo humano, se va en el instante mismo cuando es decretada nuestra muerte. No es ninguna sorpresa lo que digo, porque la presencia de nuestros difuntos, se da a partir de una magia singular que, por supuesto, tiene que ver con el alma.
Existe el alma porque así lo quiero creer, porque muchos, muchísimos, han tenido algún contacto con esta sustancia única, que pone en marcha las cualidades únicas del corazón, el cerebro, y en general todo lo que conforma el complicadísimo sistema del equipo que traemos al nacer, con esa capacidad para crecer, adaptarse a cada edad, y en un momento empezar a cancelar todas sus funciones, ninguna de las cuales tiene que ver con ese otro elemento que nos distingue, apenas, de las máquinas.
Pero ese “apenas”, resulta vital cuando nos enfrentamos a la muerte, y distingue nuestra afición por adornar con flores, el lugar donde depositamos el estuche que dejó de funcionar; pero, bien que lo sabemos, es una invitación abierta y sincera, para que esa alma inmortal que, para bien, y para mal, todos poseemos, pase darse una vuelta y a su manera saludarnos, sentirse contento, incluso alegre, por lo que supo sembrar en estas tierras. Además, siempre resulta un homenaje al equipo que le permitió caminar, amar, disfrutar y gozar este mundo que evidentemente es una estación de muchas, que el tren donde va trepada el alma, debe visitar.
Vaya que no digo nada nuevo, pero en estos días uno comprende con absoluta certidumbre, que después de todo ni las tías, ni los abuelos, ni por supuesto nuestros padres, estaban equivocados en esa interpretación tan fiel, tan apegada a la verdad, que daban sobre la existencia humana, la de ellos, la de nosotros.
A veces el alma se cansa, eso sí, y es cuando las cosas se complican, porque el peligro más grande que puede registrarse, es precisamente que no el cerebro, o el corazón al que tantas cosas se le atribuyen, incluso que mero a su lado está el alma, que el eje central de todo, de nuevo debo anotar el alma, sufra una recaída al grado de querer irse antes de tiempo.
Ninguna expresión tan acertada como aquella de que, “sentí que se me iba el alma al cielo”. Porque además que eso podría dejar en calidad de zombi a una persona, significa que la identidad que se supone debe ganarse en su estancia terrenal, podría perderse para siempre.
Tal vez sea cierto que por eso existen los “desalmados”, es decir equipos, estuches sin razón cierta de nada, que caminan como autómatas, que matan a cientos de personas, miles, incluso millones, pero que a ciencia cierta son “nadie”, nadie en todo el sentido de la palabra. No existen.
En fin, hay tantos ejemplos.
Pero en términos generales, buena parte de la humanidad, por esa razón que anoté líneas arriba, es decir que cuentan con un alma, tiene un interés real en rendirle homenaje al cuerpo que sirvió de receptáculo para ese elemento tan único, ten de seguro nunca posible de detectar, que es el alma.
Y el alma de los que se van en apariencia, que yo sepa, es inmortal, anda por todos lados, nos visita cada vez que puede, y nos acompañará cuando nos toque andar ligeros en el firmamento, sin un estuche que a veces, de plano, sale con muchos defectos, o todo lo contrario.
Así que siempre resulta reconfortante tener un motivo, una razón, una justificación para citar al que se fue antes, en donde dejó el estuche que usó en su vida, igual de luminosa ahora con vestimenta de alma.
Mil gracias, hasta mañana.
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