LA GENTE CUENTA
-¿Y ahora qué?
En medio de la oscuridad espesa, Sofía encendía un cigarrillo, y se dispuso a fumarlo, mientras cubría su desnudez bajo las sábanas. A su lado, Arturo yacía bocarriba de la cama, mirando hacia el techo.
-Ten cuidado, no nos vayas a quemar –advirtió él.
-No soy tonta –replicó Sofía.
Él volvió a insistir.
-Y entonces, ¿ahora qué?
Un hilo de luz se escurría por una de las ventanas, dejando ver algunos detalles dentro de la habitación.
-¿A qué te refieres? –respondió ella, a la vez que dejaba salir una bocanada de humo de su boca.
-Pues… no sé. ¿No estuve tan mal?
-Bueno… -ella quedó pensativa-. Digo, para ser un novato, no eres para nada un bodrio. Tienes buen ritmo, y eso es lo que más me llamó la atención.
Pausa incómoda. Ella sigue fumando, a la vez que el humo crea formas circulares visibles por el hilo de luz.
-Entonces, ¿te gustó? –preguntó Arturo tímidamente.
Sofía deja por un momento su cigarrillo, y permite escapar una última nube tóxica.
-Ay, Arturo –suspiró ella mientras se acerca al chico, lo abraza y le besa la mejilla-. Tu inocencia a veces me da miedo, pero también me gusta. A veces me siento culpable, pero no lo puedo evitar.
Acerca el resto de su cuerpo hacia él, de forma que termina acurrucándolo.
-¿Sabes? –confiesa ella-. Me gusta lo que haces cuando estás sobre de mí, cuando me miras a los ojos y la manera en que me besas cuando te corres dentro de mí.
-¿Deveras? –Arturo se sorprende ante tal declaración. Ella se limita con sonreír y besar la comisura de sus labios.
-Aunque también tengo consciencia de que lo nuestro no va a ser para siempre. Date cuenta: eres muy joven para mí, tienes mucho por delante por vivir.
-Pero yo te quiero a ti –esta vez, Arturo se sentía vulnerable-. Podría estar contigo todas las noches si lo quieres, mientras nadie nos vea…
-Creo que no me estás entendiendo, pequeño. Date cuenta que soy la madre de tu novia. Por eso te digo que a veces me siento mal, porque a veces me cuesta ver a los ojos de mi hija cada vez que te vas…
En ese mismo instante, dos voces familiares se escuchaban a lo lejos, a la vez que trataban de abrir la chapa de la puerta. Su marido y su hija habían llegado a casa temprano.