
Sepúlveda itinerante
Desde su primer largometraje La frontera infinita, Juan Manuel Sepúlveda se ha significado como un inquieto documentalista, que es capaz de viajar a Guatemala en Lecciones para una guerra o a Canadá para La balada de Oppenheimer park o La vida suspendida de Harley Prosper.
Por eso no es de extrañar que el recientemente graduado de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas, haya merecido una retrospectiva en la Cineteca Nacional que comprende sus cinco largometrajes y dos de sus seis cortos.
Ahí pudimos ver La sombra del desierto (o el Paraíso perdido) su más reciente trabajo.
El cineasta viajó al desierto de Sonora y convivió con habitantes de la etnia tohono o’odham, a quienes ya había tratado en el corto El pueblo del atardecer carmesí. También convive con un grupo de migrantes que quieren cruzar el desierto en busca del sueño americano.
Uno de ellos le dice que “si quiere tener una película taquillera” siga desde centroamérica la travesía de los migrantes centroamericanos y explica su relación con el desierto, que es mucho más real que la que se presentó en la cinta de Jonás Cuarón con Gael García Bernal.
Sepúlveda prefiere recrear las escenas de violencia que sufren los migrantes, que son asesinados cuando no pueden pagar a los delincuentes, en las que se ve el boom y la violencia es sólo fingida.
La sombra del desierto resulta pues un bello e interesante documental que muestra la belleza del desierto, y el drama que viven los migrantes que lo atraviesan y los pocos habitantes del lugar.