Chile despertó

El Ágora:

Para Thania Param Jarufe

Sucedió lo que pocos esperaban. De repente, sin que hayamos tenido suficiente tiempo para acabar de procesar lo sucedido en Ecuador y sin que el gobierno del derechista Sebastián Piñera lo hubiese previsto, el pueblo chileno salió a la calle, alzó la voz e hizo sonar las cacerolas.

 

La noche del sábado 19 de octubre, un hombre mayor se dirige a una multitud que se arremolina en las calles, desafiando con valentía el primer toque de queda decretado en Chile desde 1987. Su cabello completamente plateado no coincide con el candor de sus ojos y la potencia sus palabras. A su lado hay niños, jóvenes y adultos, que le rodean para escucharle: 

 

No sacamos nada con protestar, con gritar, si no hacemos un movimiento que nos permita quebrarle el espinazo al sistema. No importa que gobierne Pinochet, no importa que mañana gobierne la Bachelet, no importa que gobierne quien gobierne (…) Nuestra política tiene que ser quebrarle el espinazo al sistema. ¡Todo lo que nos han robado durante años y que dicen que ahora nosotros nos robamos!, ¡no!, ¡ésto es una expropiación de nuestro sudor, de nuestro trabajo! (…) Y le rindo un homenaje a los jóvenes que están luchando porque no seamos más esclavos de un sistema económico que nos hace trabajar doce, catorce, dieciséis horas diarias para llevar el sustento a la casa, no podemos seguir viviendo en un sistema que nos oprime.” 

 

Su voz no es la de un político, ni la de algún personaje público, es la de un trabajador común que sin necesidad de teorizar ni de darse baños de intelectualidad comprende mucho más la urgencia de transformar radicalmente el sistema que aquellos académicos y gobernantes que argumentan sobre los derechos y libertades desde la mera abstracción de la dignidad humana, pero que desconocen o minimizan la materialidad de las desigualdades. 

 

Es la voz que resuena como un clamor de justicia entre millones de latinoamericanos que sufren en carne propia la precariedad que provoca la política económica global de abuso e imposición, esa que arrasa con el campo y que desplaza a la gente para hacinarse en las ciudades. Es la voz de las familias que viven “al día”, sin mayor posibilidad que someterse al consumo de bienes y servicios mediocres, que entregan poca calidad por el dinero y que enriquecen de forma desmedida a unos cuantos. 

 

Y, evidentemente, esto no implica una apología de los delitos que ciertos grupos realizan aprovechándose de la coyuntura, especialmente cuando la clase trabajadora es la que acaba padeciendo los daños colaterales. Sin embargo, hay que saber diferenciar entre quienes se movilizan enarbolando un reclamo legítimo y aquellos miserables que se valen de la muchedumbre, para afectar a otros en nombre de la lucha contra el establishment

 

Por otro lado, ¿qué legitimación política o moral puede tener un “líder” como Piñera, que “declara la guerra” contra su propio pueblo?, ¿qué calidad puede tener un presidente que ordena la represión de los ciudadanos, sin importar las vidas o las tragedias? Esto, no nos confundamos, es muestra del más terrible fascismo, ese que se disfraza de discursos de progreso, que opera bajo el auspicio del capitalismo y que prospera bajo la mirada pasiva de la falsa izquierda.

 

Lo que comenzó como una protesta preponderantemente juvenil contra el alza de precios del transporte público, se convirtió en un movimiento generalizado (pensionados, mineros, portuarios, feministas) que ha retomado el sentir de la clase más desfavorecida contra el proyecto neoliberal que se ha gestado desde la década de los 80. Hoy Chile despertó y no, no está solo. 

 

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