Celebrar la vida, celebrar el 10 de mayo

Celebrar la vida, celebrar el 10 de mayo

LAGUNA DE VOCES

El día que salí de enanito con los ojos, nariz y boca pintados en la barriga, mamá no pudo llegar al festival que organizaban unas monjitas centaveras, que luego no me quisieron dar la boleta del primer año que cursé, quién sabe por qué circunstancias si el dinero no sobraba, en una escuela primaria particular, de la que luego fui dado de baja ignominiosamente sin papel que avalara mis estudios de las letras y párele usted de contar.

Mamá no llegó porque estaba enferma y muy sentido que era, juré que nunca volvería a participar en bailable alguno. Ahora que entiendo las cosas, estoy seguro que debí apuntarme en todos los festivales para las madrecitas en su día, porque desde el cielo es un hecho que siempre nos miran con el amor que, ahora lo sé, solo ellas tienen a sus hijos.

Pero amargado que era, lo que supone que ahora ya no -aunque quien sabe-, me hacia a un lado, me escondía abajo del pupitre, cuando la maestra se daba a la tarea de elegir a los que saldrían de vaqueros, o auténticos saltarines cuando tocaban las danzas húngaras, que en ese entonces alguna profesora instauró como la moda, a tal grado que desplazó las polkas.

Lo bueno es que, si uno va en el segundo año de la primaria, con toda seguridad las cabecitas blancas se emocionarían hasta las lágrimas con todo y las barbaridades que sus polluelos cometían en el escenario, donde nunca faltaba el que, siempre iba contrario a la dirección de los demás, o que no paraba de llorar y moquear porque le daba terror ver tanta gente decidida a aplaudirle cualquier locura que cometiera. 

Sin embargo, y pese a mi buena voluntad para atender el llamado de la artisteada, al final de cuentas ya no me vi en un solo festival, así que me perdí los ensayos, la espera desesperada del día en que también entregábamos regalos hechos con nuestras propias manitas, que resultaban un artículo que no servía para maldita la cosa, aunque eso sí yo miraba que las cabecitas blancas se emocionaban hasta las lágrimas.

Hacíamos servilleteros, portaretratos que nadamás de recordarlos no entiendo cómo pensaban que alguien tendría la ocurrencia de colocar fotos en una cosa rara que siempre quedaba chueca y pintarrajeada de color oro con un frasco de espray, que eso si nos dejaba con los ojos chuecos y la sensación de que volábamos por tanto apestadero de thiner.

Así que ya no me vi en un solo bailable, y cuando se asomaba el 10 de mayo pasaba las de Caín, porque hacía que me dolía la panza para que me dieran permiso de ir al baño, donde esperaba y esperaba, hasta que suponía ya había terminado la selección de bailarines. Respiraba profundo y me daba cuenta que lo que no deseaba por ningún motivo, era explicar y volver a explicar que no me gustaba porque si ni hay quien te fuera a ver, entonces para qué llegar disfrazado otra vez de enano con ojos, nariz y boca pintados en la barriga.

Pero ahora que recuerdo todo, me gustaría volver al tiempo ese en que estaba seguro luciría todo mi arsenal histriónico frente a mamá. Por eso los nervios, la larga espera. Me doy cuenta que no solo estuvo ella en ese festival sino en todos, risueña y dispuesta a cantarme canciones. Porque, aunque se fue, siempre se quedó, y me avisa de vez en cuando que el que se amarga por esa simple razón de que un ser querido se adelanta, es momento importante para celebrar y volver a celebrar lo que se tenga, lo que tengamos en las manos, lo que nos deja el destino. Siempre celebrar, siempre buscar la risa, porque desde donde están todas las mamás disfrutan de sus hijos o hijas, con la panza pintada de cara. Estoy seguro que sí me vio de enanito y le gustó.

¡Felicidades! Muchas felicidades también a mi hermana Yola, que se encargó de guardar tu recuerdo para tus hijos más pequeños.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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