Celebrando la diversidad

LA GENTE CUENTA

La camioneta blanca se detuvo por completo. En cuanto pusimos un pie en las calles empedradas del pequeño pueblo, enseguida nos maravillamos por el aire rústico y especial que tenía aquel lugar: casas pintadas, generalmente, de color amarillo mostaza, con tejados anaranjados, y en primer cuadro, una catedral hecha de cantera rosada, enorme y majestuosa.
    Llegando a la plaza principal de aquel poblado, en seguida un grupo de bailarines, vestidos con un atuendo otomí, y una banda de viento nos daba la bienvenida: la banda estaba compuesta generalmente de niños, niñas y jóvenes, quienes tocaban con maestría sus instrumentos, interpretando piezas de huapangos y otros sones; los bailarines hacían lo suyo.
    Alrededor de la plaza había un conjunto de arcadas, característico de cualquier plaza central, la que indica el lugar perfecto para tomar café; y en uno de los portales se encontraba una muñeca de tela de proporciones gigantescas: el lugar donde estaba parado es considerado como el pueblo que vio nacer a estas simpáticas muñecas, de diferentes estilos, pero con la misma sonrisa.
    Después de tomar un ligero refrigerio nos dispusimos a trabajar en el evento principal: la celebración del día de los pueblos indígenas, una festividad que conmemora la diversidad que hay en nuestro país, la existencia de 68 idiomas que hacen que hayan muchos Méxicos en un solo territorio.
    Silencio. Comienza el ritual: en primer lugar, aparecen en el escenario principal un grupo de danzantes vestidos con taparrabos y pieles falsas, representando el momento de un grupo de cazadores enfrentándose a un coyote para cazarlo. La danza se vuelve violenta, y a la vez sublime, acabando finalmente con la vida del animal.
    Siguiente acto: un grupo de macheteros, vestidos con ropas de colores vistosos, bailan alrededor de un jaguar, mientras que un pequeño, haciéndola de un mono, recrean la vida y las costumbres de la selva chiapaneca.
    Y al final, un grupo de mujeres sonrientes, sosteniendo piñas en sus manos, danzaban de forma coordinada; la orquesta se encargaba de traer la Guelaguetza en un pequeño espacio, pero suficiente para reconocer nuestra identidad como mexicanos.

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