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Carretera de luces

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LAGUNA DE VOCES

Ahora llega el murmullo del bulevar, el jardín está oscuro con sus fantasmas dispuestos a escapar apenas se coloquen las luminarias igual de difuntas que ellos. La vida al caer la noche transcurre a un ritmo diferente que con la luz del día, las carreteras que van para Actopan se nutren con el rugido de los tráileres, autobuses, menos automóviles, escasos peatones que esperan el transporte, el último en las corridas programadas.
    Pero la vida sigue, seguirá siempre cuando el que escucha con atención se haya marchado quién sabe a dónde, seguro algún lugar que los sentidos se niegan a comprender. Asunto de fe pero también de no aceptar que el viaje tan corto que es la vida se queda en un sueño interminable, sin sueños por supuesto.
    Es marzo con sus calores que se apacientan llegada la tarde, el principio del conteo que siempre termina en invierno sin escalas reales porque todo camina según lo programado, que finalmente lleva el ritmo que la edad del interfecto logra o no imprimirle. Casi siempre fugaz en la juventud, lento entrados los años.
    Llega por instantes un silencio lúgubre del bulevar, en un descanso intermitente de los motores que se dan a tiempo para respirar y luego echar el vaho seco y pestilente de los escapes.
    Nunca terminará el trajín de los que van, los que regresan, los que trepados en vehículos de carga se preguntan si lo que dejan por semanas, a veces meses, no estará perdido a su regreso. Es la vida misma que camina en las noches por las veredas de caminos igual que venas, igual que ríos, igual que cada ramificación de un cerebro humano.
    Todos algún día soñamos con ser los que conducen un tráiler sin destino cierto, ajenos a cualquier ancla que amarrara a éste, aquél lugar. Siempre en camino, con la noche para detenerse en cualquier comedor de paso, que a la postre termina por ser el mejor, porque no hay mejor elección para tomar los alimentos que el recomendado por los hombres de carreteras interminables.
    Una ciudad como Pachuca cierra los ojos antes de las diez de la noche. Las calles del centro se tapizan de viento, los almacenes una hora antes cerraron sus puertas, y quedan los que ven el cine, los que apuestan, los que saben que la cantina es refugio contra todo mal.
    Pero en los puntos de salida, los que conducen a otras tierras, es donde la vida no se detiene, y es poblada por seres nocturnos que difícilmente conocen del día que usted y yo sabemos existe, porque es el único lugar donde pasamos la existencia.
    No cesa el ruido de los motores, pero cada vez es más ligero, más un susurro, más un murmullo como el de los que guardan luto por quien se fue antes de tiempo.
    A veces el murmullo cobra colores de olas, y la noche se hace mar, y los motores el viento, la brisa marina que tanta hace falta en tiempos de calores. A veces la noche misma se confunde con el oleaje de los caminos, y son uno por momentos, sin cielo, sin fondo de abismos, simplemente una gran bóveda de estrellas y luces.
    Siempre ha sido así.
    Si pasan más horas será uno el que resuene con su motor cada quince minutos, cada hora, cada vez que el sueño sea vencido por el ruido.
    La vida pasa justo frente a mi ventana, igual que el jardín sin luces, igual que la fuente apagada, igual que los pequeños fantasmas escondidos entre las bancas de metal.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Todos algún día soñamos con ser los que conducen un tráiler sin destino cierto, ajenos a cualquier ancla que amarrara a éste, aquél lugar. Siempre en camino, con la noche para detenerse en cualquier comedor de paso, que a la postre termina por ser el mejor, porque no hay mejor elección para tomar los alimentos que el recomendado por los hombres de carreteras interminables.