PEDAZOS DE VIDA
La ropa estaba desgarrada y manchada de sangre, su grito rompió la quietud de la noche, el eco se propagó en la cañada y los golpes que soltó aquella mujer contra la camioneta nos sacaron de órbita esa noche.
Quién iba decir que a los cuatro machos que íbamos de regreso en plena madrugada, nos iba provocar tanto miedo esa escena sacada de película de terror: en medio de la nada, con la luna oculta entre el follaje de los árboles, las curvas, la carretera que siempre ha sido peligrosa, iba salir una mujer y nos iba gritar con todas su fuerzas como si hubiera guardado por años toda su voz.
Yo la verdad, les dije que no nos detuviéramos, que nos fuéramos, que seguramente eran algunos bromistas, o peor aún, que a lo mejor eran delincuentes de esos que buscan que detengas el automóvil y luego aprovechan para encañonarte y robarte hasta el carro. Ya me imaginaba desnudo caminando sobre la carretera mientras los delincuentes escuchaban alguna canción de mal gusto en el carro de Gabriel.
El Ricardo juraba que se había tratado de un espíritu, que seguramente era la mujer que se le aparecía a los camioneros, pero su teoría se vino abajo cuando “el Chukis” le dijo que la que se aparece es una mujer bien guapa, y que esta parecía que estaba bañada en sangre…
Gabriel fue el más cuerdo y el más valiente, creo que como siempre, su curiosidad no pudo más, y en el siguiente retorno se dio la vuelta muy a pesar de todo lo que le dijimos, a él ya se le había metido a la cabeza y sólo nos dijo: “¡pónganse chingones por lo que pueda pasar!”. Pasamos por la zona y la mujer ya no estaba, el otro retorno estaba como a 10 minutos y seguimos avanzando, al regresar por la zona alcanzamos a ver el cuerpo.
Detuvo la marcha, y nadie quería bajarse, pero sabía que si el Gabriel se bajaba, nos quedaríamos más vulnerables, que lo que más convenía era no apagar el carro y que el que se tenía que bajar era yo, que sería más fácil que me zafara si intentaban agarrarme, en comparación con “el Chukis” que está bien guango…
Pues levanté a la mujer, soló me dijo “ayuda”, la pobre no podía hablar más, la subí al carro, y el Gabriel me dijo que en todo momento cuidara sus manos, que no sacara nada raro. Sus manos estaban bien puteadas, no llevaba bolsa y estaba temblando de frío, tuvimos que aguantarnos la calefacción para que se regulara su temperatura, “el Chukis” le iba pegando de vez en vez la oreja a la boca para escuchar su respiración, esa noche fue de miedo y no sólo para ella…