CANTAUTORA
De esa niña a quien le daba pena ser escuchada mientras cantaba, no queda nada.
Llega al escenario vestida de negro y basta un movimiento ligero alzando los brazos, para que cientos de alaridos acompañen su andar hasta el micrófono central.
El grito retumba en las paredes del Teatro Metropólitan cuando Carla Morrison habla con esa voz de mezzo soprano y lanza un mensaje:
“Hace mucho que no nos veíamos, me la pasé emborrachándome, pasándomela bien, estoy aquí para ponernos una ped… juntos”.
Y continuaría minutos después con una arenga bien recibida por aquellos jóvenes que desde antes de las 20:00 horas, faltando casi una hora para el concierto, esperaban ya en su butaca.
“¡Estamos tristes, pero felices!, ¡ching … a su madre!”, exclamó.
Entre el público, apenas y media docena de personas, a lo largo de la hora y media del recital, se paran de su asiento para tomar fotos o cantar con “Eres tú” y “Mi secreto”.
Los demás optan por disfrutar todo desde su lugar, gastando la garganta entre canciones y aplastándose las palmas en los mismos tiempos, sin dejar de dar algún grito de “¡te amo!” a la cantautora.