
OPINIÓN
A veces como testigos de lo que ocurre en el panorama político de Hidalgo, quisiéramos poder sepultar, en el silencio y la soledad, a varios politiquillos; sin embargo, recordamos que eso es lo que quisieran y volvemos a empezar, porque a diferencia de aquellos que estratégicamente se mantienen en el panorama causando polémica, hay otros que de plano han quedado reducidos a piltrafas humanas en este intento.
Reducido a nada, a un traidor y politiquillo corriente, reducido a un cantante que pudo retirarse con dignidad del escenario pero que decidió “empuercarse” en el lodo y estiércol en el que caen los perdedores del juego del poder, se le ve como a la muñeca fea que describe Cri- Cri en su canción.
Diputado usurpador de una curul que no ganó, un espacio de un partido al que traicionó, temeroso de que alguien lo vea, platica con escasos diputados, el que en la historia será la muñeca fea. Así, atrincherado en su curul y con una sonrisa falsa, el diputado “independiente” Panchito mira como la poca humanidad que le quedaba se desmorona ante un juego de poder al que, aunque reciba ganancias económicas, siempre llega a perder.
Ha de ser feo caer ahogado en el pozo de la incongruencia, ha de ser horrible ahogarse en antónimos de principios y valores que presumiste en una campaña. Quizá para muchos cínicos como este, lo anterior no implique nada pero para uno que lo ve desde lejos, solo, con su sonrisa falsa y sintiendo la incomodidad de ocupar un lugar desde el que no tienen idea ni de qué hacer, es un grato momento.
La mirada que se le puede echar al diputado traidor pero independiente de la Legislatura que al tener a este perfil se pasa de “incluyente”, es como para entender a la Dama de las Camelias de Alejandro Dumas o tener la compasión que de pronto surge hacia el personaje de “Santa” de Federico Gamboa; sin embargo, en esta historia triste que se mira en el congreso, el destino no fue el que hizo regresar al diputado sino su desmedida hambre de poder y ambición, dos cosas que siempre negó.
Estas imágenes del diputado apestado, arrinconado en su curul, en espera de poder ser útil y vender su voto para que alguna reforma o proyecto de ley sea posible, abre la posibilidad de una composición artística- visual, en la que la música tendría que ser de la Sonora Santanera y la canción una paráfrasis: “Vuelve a tu curul, dónde te encontré, vendiendo tu amor, a la oposición”; aunque, a estas alturas no sería raro que como ladrón experto regrese a la tienda Morena, de donde se robó el producto, para venderles su voto más barato.
En verdad que a estas alturas, más que pena, el diputado da lastima. Ya ni siquiera el asco, que la contradicción y la incongruencia ideológica pueden generar, se puede desarrollar ante este perfil, que aunque haya cantado miles de veces, no sepa lo que es la libertad y se haya conformado con la reducida visión de “perder todo, al ganar” una curul que nunca le perteneció.
Así que como telenovela noventera: “un día llegaré con un disfraz, distinto el color, la misma faz”, el diputado ha llegado con uno y todos los colores políticos y con la misma cara; aunque en esta ocasión, la mirada, su mirada, denota que se ha perdido. En sus ojos, se puede ver que sabe que los que llegan y le saludan en el Congreso, le extienden la mano no porque busquen ser sus amigos (como a los que traicionó) sino porque representa un voto hoy, mañana quién sabe.
Hoy el diputado “de los ojos tristes” denota que está perdido y ya nada más “respira por la herida” al no haber consolidado nunca un sólo proyecto, porque ni fue cantante, ni es político, ni es diputado y ahora quizá esté en esa definición de ser o no humano.