Terlenka
Tal parece que cada vez que un político tiene la oportunidad de hacer el bien hace el mal, como si el guión hubiera ya sido escrito por un destino trágico o el empuje de una cultura inmune a la rectificación moral.
Es probable que la fortaleza más evidente de un ciudadano a la hora de opinar acerca de la política de su país, estado o municipio sea la de no aspirar a ningún puesto de elección popular. No se considera juez y parte al mismo tiempo, ni tampoco se ve a sí mismo como candidato del bien, redentor comunitario, salvador social, o como el servidor público que requiere su comunidad para funcionar mejor. Es mi caso y el de muchas otras personas que se mantienen a un costado de las organizaciones políticas y aunque poseen ideas al respecto no se inmiscuyen o participan de forma directa en el proceso de elección popular.
Opinamos porque sufrimos el embate de la corrupción, de la inseguridad y de la ausencia de una representación pública honesta, prudente, de miras amplias y propósitos filantrópicos que intenten reparar en algo el erial civil en el que vivimos, el terrible escenario que ha propiciado con su complicidad la mayoría de los políticos en turno. Tal parece que cada vez que un político tiene la oportunidad de hacer el bien hace el mal, como si el guión hubiera ya sido escrito por un destino trágico o el empuje de una cultura inmune a la rectificación moral. Los candidatos independientes al sistema de partidos son bienvenidos siempre y cuando sean también independientes de las sucias prácticas de la política mexicana y se rodeen de un grupo de colaboradores capaces de establecer diagnósticos precisos, complejos y estrictos acerca de la situación social de la comunidad en la que desean incidir, así como poner en marcha formas novedosas y eficaces para restaurar la quebrantada confianza de la persona común en el representante público. El candidato independiente, gane o no las elecciones en las que participa, se añada o no a una planilla, obtenga el registro o no de las autoridades y la burocracia, es en sí ya una alternativa, utópica si se quiere, para tratar de abandonar este circulo vicioso que han creado para protegerse y continuar ejerciendo la maldad pragmática, los partidos políticos y los poderosos en casi cualquier región o ámbito de la sociedad. El candidato independiente es una alternativa sicológica y un aliciente, un juego lúdico de la política y sobre todo, un heraldo de la oposición real porque no se muestra cobijado por la estructura de una institución partidaria ni de una corporación poderosa, sino porque está tan solo como la mayoría de las personas que sufren a diario el agrietamiento del Estado, la corrupción de los servidores públicos y el embate de los maleantes de cualquier clase. No es desmesurado afirmar que carecemos de país, y que ningún poder o institución militar o de seguridad pública ofrece a los habitantes de ese país fracturado la seguridad necesaria para sentirse habitando un lugar confortable en el cual desarrollar sus talentos o virtudes y trabajar confiados en que el producto de su trabajo los hará progresar, obtener bienes y creer aun en la posibilidad de un futuro amable pese a sufrir ahora las consecuencias de una sociedad afrentada, lastimada y nihilista. Y, sin embargo, cualquier candidato independiente se sumará a la malicia y a la enfermedad política si no es capaz de llevar a cabo una justa autocrítica de sus habilidades y virtudes, si carece de conocimiento teórico y práctico acerca de los asuntos que tendrá que afrontar y si se encuentra aislado —sin colaboración competente— como un predicador que ha recibido un mensaje divino y ahora nos quiere hacer pagar a todos por él. Tendría que descartarse si no sabe relacionarse con otros candidatos y ciudadanos que posean objetivos comunes, si no es capaz de conversar, dialogar y establecer pactos inteligente en pos del bien común. Es, el 2018, la última oportunidad posible para que la política vuelva a tomar importancia como ética pública, religión civil, o simple pacto social que beneficie a la mayoría.
Ante la imposibilidad de alianzas inteligentes y sanadoras de la corrupción y del desastre social, cuyo origen es en buena medida la ineficacia de los partidos políticos, empeñados no en llevar una ideología —¿existe?— a la trama social, sino sólo en gobernar y obtener beneficios de su función pública, entonces la candidatura independiente, razonada, autocrítica, bien pensada e inclinada al diálogo y al margen de los grupos criminales, la farándula y el poder económico, sería una alternativa loable y determinante si se quieren ejercer y poner en acción nuevas estrategias que tengan como propósito la restauración de un país que dejó de existir ya hace varias décadas.