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Caída libre

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LA GENTE CUENTA

Gerardo miraba, contristado, hacia el precipicio: estaba en el borde del segundo piso de su colegio, sentado en la orilla, mientras sus pies se balanceaban en el vacío. Las manos le sudaban copiosamente, pero tenía la determinación de hacer lo necesario para deshacerse de sus demonios internos, de sí mismo.
    Su semblante denotaba una gran tristeza, combinado con su uniforme escolar sucio,  con marcas de cortaduras en sus muñecas y buena parte del brazo derecho, además de un moretón cerca de su ojo derecho, producto de una pelea el día anterior.
    Se acordó en ese instante de todas las palabras que le dijeron, cuando se supo su mayor secreto y que mantuvo oculto durante mucho tiempo por obvias razones. “Eres un pinche joto”, “Miren este puto, le gusta que se lo ensarten por detrás”, “Aquí no queremos mariquitas, para eso están los concursos de belleza”, “Ya deberian de cortarle el pito, ni lo usa”.
    Las lágrimas de rabia comenzaron a brotarle de sus ojos cafés, cuando recordó el momento en que se tuvo que enfrentar a la banda de Los Lomeros, cuando iba con Julián, su pareja, de la mano: con navajas, golpes y patadas quisieron curarlos de su “rara enfermedad”. Él terminó con el ojo morado, Julián, simplemente ya no quiso despertar, ni cuando la policía llegó a ayudarlos.
    ¿Qué te hice, Julián?, se martirizaba a sí mismo, mientras que sostenía la foto de su amor lejano, mirándolo con ternura, y a la vez con una furia inconcebible, pero, ¿qué ganaba con lamentarse? Julián ya no estaría allí para abrazarlo, ni de convencerlo de que haga una locura. ¿Qué importaba la vida si Julián ya está muerto?
    El sol estaba colocado en su cenit, ya no había sombra; y solo eso podría significar una sola cosa: ya era hora.
    Se levantó de su sitio para colocarse en el borde, aprovechó la última vista para mirar el paisaje, un cielo completamente despejado, las casas, las calles, sus amigos, su familia. Se dio la media vuelta, y con los ojos cerrados, simplemente flotó en el aire.
    Despertó. El ahora miraba hacia el cielo, mientras los rayos del sol lo deslumbraba, y de una parte lejana, una voz femenina suplicaba ayuda. La vida decidió que no era su momento.