Cacería de cristianos en califato egipcio del EI

Persecuciones religiosas en el siglo XXI

Cientos de coptos huyen de Al Arish, la capital del norte del Sinaí, tras el asesinato de siete feligreses en un mes
El dolor se ha propagado entre quienes a diario cruzan el canal. “Son ya 120 familias las que han llegado y hay otras muchas en camino. Llegan en furgonetas y microbuses por la noche o a primera hora de la mañana tras cinco horas de viaje”, explica Fadi Muris, uno de los voluntarios que recibe a los desterrados entre los muros de la iglesia anglicana de Ismailia

“A Kamal lo mataron delante de mis ojos. Eran seis encapuchados. Le dieron el alto y le pidieron el carné. Cuando vieron que era cristiano, le descerrajaron un tiro en la nuca y huyeron en varias motocicletas”.
Abdalá Shukrali relata el asesinato aturdido aún por un suceso que ha trastocado su existencia y la de cientos de residentes cristianos de Al Arish, la capital del norte del Sinaí.
En el último mes los militantes de la filial local del Estado Islámico, que campan a sus anchas por la geografía de una península fronteriza con la franja de Gaza, han segado la vida de siete miembros de la minoría copta. El último crimen se registró el pasado jueves y desde entonces decenas de familias como la de Abdalá han emprendido una atropellada huida hacia Ismailia, una de las principales ciudades egipcias que jalonan el canal de Suez.
“Alguien dejó un mensaje con amenazas debajo de la puerta. A la mañana siguiente escapamos con lo puesto. He vivido durante 40 años en el Sinaí y jamás había abandonado mi casa como lo he hecho ahora”, balbucea este jubilado de 65 años, enfundado en galabiya (túnica tradicional) y turbante.
Los suyos no son los únicos lamentos que se han instalado en las iglesias de Ismailia y en las estancias del albergue juvenil que acoge a parte de la diáspora. En el jardín del hotel con vistas a una de las rutas marítimas más transitadas del planeta, Nawa Fauzi descansa vestida de riguroso luto. Su cuñado Medhat falleció la semana pasada en otro de los homicidios que han sembrado el terror en Al Arish.
“Eran las diez de la noche. Llamaron a la puerta. Medhat abrió y le dispararon sin mediar palabra. Saad, su padre, también fue asesinado. Luego prendieron fuego a la casa”, narra Nawa, que no ha regresado al pueblo desde el funeral. “Lo dejé todo allí. No tengo esperanza de volver pronto”, admite en voz baja.

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