Cabecitas blancas

CONCIENCIA CIUDADANA

Viendo a los viejos que hoy tienen que aguantar el paso febril de AMLO surcados ya de arrugas e invadido el pelo de canas, no puedo menos que felicitarme por compartir los mismos efectos del tiempo en mi persona; pues al final de cuentas, la juventud no es sino un estado de ánimo, una actitud que nada tiene que ver con las características físicas, sino con la satisfacción de luchar por nuestros sueños; sin pensar si en ello, se vaya la vida.

   Circulan en las redes ciertos comentarios, graciosos algunos, burlones otros, en torno a la edad promedio del gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador, que en promedio alcanzaría tal vez los sesenta años; si consideramos los extremos situados entre la actual secretaria del Trabajo con 31 años, y la del secretario de Comunicaciones y Transportes, el ingeniero Jorge Jiménez Espriú, quien anda rascando las 82 primaveras. En el grupo de los que ocupan altos cargos aunque no sea necesariamente en el primer círculo del poder, se localizan jóvenes promesas de la política, pero al parecer son más quienes, igual que el Presidente de la República, ya peinan canas en sus cabelleras.
    Podría ser una casualidad, pero en realidad no lo es, y por varias razones. En primer lugar, la explicación más lógica es que, perteneciendo al grupo de la tercera edad –toda vez que tiene 65 años cumplidos-, Andrés Manuel se haya inclinado por gentes de su generación por natural empatía, entendiéndose mejor con ellas por contar con puntos de vista y experiencia de vida similares.
    El arribo de tanta cabecita blanca puede leerse también como una forma de recuperar el relevo generacional mantenido hasta la irrupción del neoliberalismo, cuando Carlos Salinas de Gortari, entonces un joven secretario de estado menor a cuarenta años, arribó al poder acompañado de una pléyade de jóvenes posgraduados formados académicamente en el extranjero –principalmente en las universidades de élite norteamericanas-,  que desplazó a los políticos con mayor experiencia, pero de formación y línea ideológica distinta al neoliberalismo que los efebos  promovían  con religioso fervor.
    La nueva generación política promovió la idea de que los nacionalistas mandados a retiro formaban parte de una visión del mundo anacrónica, opuesta a la globalización a la que México debía integrarse cuanto antes. De modo que, como los dinosaurios, aquellos estaban condenados a la extinción; por lo que no tardaron en adjetivar con el nombre antediluviano a gente como Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Muñoz Ledo y todo aquél que se opusiera a sus designios.
    El salto generacional hizo suponer que el futuro de los cuadros marginados se encontraba en el asilo, y que su extinción definitiva era sólo cuestión de tiempo;  mientras que el futuro de los nuevos gobernantes, que en conjunto promediaban las tres décadas al momento de arribar al poder (¡Salinas contaba con 39 años!), no podía ser menos promisorio; avizorando un reinado tal vez centenario; dado que, a decir de sus gurús universitarios, con el triunfo de las ideas neoliberales podía darse por terminada la historia, dejando que el modelo neoliberal se ajustara por sí mismo para alcanzar sus propósitos sin mayores problemas.
    Pero junto a los jóvenes neoliberales, nacidos entre la década de los cuarenta y los sesenta del siglo XX, arribaba a la vida política una nueva generación rebelde marcada por las grandes conmociones políticas del 68 y de las luchas sociales que comenzaron a proliferar con la corrupción, la represión social y los fraudes electorales. Se trataba de una generación conflictiva y escéptica, que dudaba lo mismo de las supuestas bondades del capitalismo que rechazaba el autoritarismo de la izquierda dogmática y el sistema del socialismo real. Y mientras que algunos de ellos se radicalizaron y tomaron el camino de las armas, otros decidieron apostar por la alternativa abierta con el populismo de Luis Echeverría, integrándose al aparato estatal y su partido. De esa generación fue AMLO, a quienes sus malquerientes acusan de haber pertenecido al PRI sin considerar las condiciones en las que había de optarse en la vida política de aquellos años.  
    No tardaron pues, tras el fraude de 1988,  quienes contaban con más de 50 años y los que se encontraban en su tercera década o  en edad aún màs temprana, en confluir en los mismos propósitos; teniendo claro que no era la alta preparación académica  de los tecnócratas  la que los había llevado al poder, sino el poderoso movimiento del neoliberalismo mundial  que los formó para transformar el estado de bienestar logrado, mal que bien, durante el período nacionalista del PRI, a fin de ponerlo al servicio del capitalismo del mercado.
    Por consiguiente, la coincidencia en objetivos no fue solamente entre los nacionalistas “revolucionarios” y los jóvenes escépticos simpatizantes de un estado democrático y justiciero; sino también un reencuentro generacional entre dos visiones separadas y en ocasiones antagónicas que aprendieron hacer a un lado sus diferencias y prejuicios para luchar en contra del neoliberalismo, su enemigo común; lucha que se alargó durante más de tres décadas,  envejeciendo a los jóvenes izquierdistas y haciendo más viejos a los que, en plena madurez fueron marginados en los años que van de Salinas a Peña Nieto. Y fue justamente, Andrés Manuel López Obrador quien supo comprender y sintetizar los propósitos de ambas generaciones bajo un programa político que reúne pasado y futuro; recuperando la tradición nacionalista perdida; pero sosteniendo la posibilidad de una democracia auténtica y la modernización efectiva del país, jamás cumplida por los gobiernos neoliberales.
    Esa es la razón principal de la proliferación de las cabecitas de cebolla en los principales cargos del gobierno de Andrés Manuel. Algunos, los más viejitos -a quienes los jóvenes tecnócratas daban por jubilados políticamente hace treinta años- están de regreso; no como reliquias vivientes, sino con el optimismo que da la convicción de no haber fallado a sus compromisos de madurez con el proyecto de nación olvidado; los menos grandes, la generación de López Obrador –a la que este escribiente pertenece por edad, historia y convicciones-, se hizo vieja en la lucha para hacer posible lo que los “realistas” de su generación calificaban como utopías inalcanzables; viendo  las nieves del tiempo aparecer en sus testas y pensando, a veces, que jamás llegaría el momento de ver sus sueños hechos realidad.
    Viendo a los viejos que hoy tienen que aguantar el paso febril de AMLO surcados ya de arrugas e invadido el pelo de canas, no puedo menos que felicitarme por compartir los mismos efectos del tiempo en mi persona; pues al final de cuentas, la juventud no es sino un estado de ánimo, una actitud que nada tiene que ver con las características físicas, sino con la satisfacción de luchar por nuestros sueños; sin pensar si en ello, se vaya la vida.
 Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON, Y VIVOS LOS QUEREMOS YA, CON NOSOTROS.

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