Como cada año, La Villita de Pachuca se vuelve el punto de reunión de feligreses provenientes de todo el estado, celebrando un año más de las apariciones Marianas
Durante dos días consecutivos, la explanada de la Basílica Menor de Nuestra Señora de Guadalupe, conocida coloquialmente como La Villita, además de algunas partes de la avenida Juárez y vialidades aledañas, se convierte en toda una romería, llena de puestos de cualquier tipo, desde los que ofrecen alimentos variados hasta los que venden escapularios y demás artículos con la efigie de la Virgen de Guadalupe.
Muchas personas, desde los diferentes puntos de la ciudad capital, además de otras partes del estado, incluso de la República, acuden a este recinto para visitar, aunque sea de forma anual, uno de los santuarios más importantes de Hidalgo; pero no acuden solos: vienen familias completas, desde los más pequeños hasta adultos mayores, todos juntos para visitar a la Guadalupana en su día.
Como ya es tradición, niños y niñas acompañan a sus padres caracterizados como habitantes indígenas durante los primeros años de la Colonia: llevan atuendos hechos de tela de yute, con algunos bordados de motivos indígenas, las niñas con trenzas hechas con listones de colores, mientras que los niños aparecían con un singular bigote, eso sí, con un sombrero de paja sobre sus cabezas.
Dentro de La Villita, aquí es donde se forma todo un hervidero de gente, un mar de cabezas que se agrupan, especialmente del lado central de la iglesia; algunos de ellos cargan imágenes de la Guadalupana de diferentes dimensiones, desde los más pequeños hasta los más grandes; otros prefieren llevar medallas, y claro, ramos de rosas para ser puestas en el altar principal.
Algunos de sus gestos son de genuino cansancio, unas miradas muestran lágrimas ante el momento sublime cuando comienzan a recitar cada uno de los versos del “Dulce madre, no te alejes”. Mujeres ancianas con ojos misericordiosos ante la imagen de la Virgen, juntan sus manos suplicantes que dan gracias por seguir un año más con vida.
En cuanto termina la misa, los feligreses, con cierta fatiga en los pies, pero con los votos con la Virgen renovados para un año más, abandonan la basílica con una sonrisa, mientras que un nuevo grupo, también con artículos diversos a la mano, acompañados de sus hijos disfrazados, entran al templo a esperar pacientemente el inicio de una nueva eucaristía.