RELATOS DE VIDA
Le brillaron los ojos cuando vio en la esquina de la escuela, cerca de la parada del transporte, el puestecito de golosinas y chicharrones, los preparaban con salsita botanera o valentina, y un poquito de limón.
Llevaba cerca de una semana con el antojo, hasta un grano en la lengua le había salido, las prisas de la semana y la escasez de puestos en su recorrido habitual, habían sido un impedimento para cumplir con su gustito.
Esta vez, la vida le había sonreído, y el ver el puesto con variedad de chicharrones, significó un descanso para su gula culposa; así que no titubeó para dirigirse a este oasis de sabor y placer culinario.
Ya con una bolsa del manjar en sus manos, disfrutaba cada mordida y gozaba de chuparse los dedos, hasta terminar el contenido, en tanto esperaba el transporte público que la llevaría de regreso a casa.
Justo acabó su antojo cuando llegó la unidad pública, subió y consiguió un espacio para sentarse y disfrutar el viaje; a la mitad del trayecto, la felicidad por haber cumplido el antojo terminó con la ansiedad de vomitar.
Trató de calmar el malestar respirando profundamente, cambiándose a un asiento junto a la ventana, cerrando los ojos para pensar en algo diferente, y algunos ejercicios de meditación, pero no estaban dando resultado.
Ante la emergencia y la pena de lo inevitable, buscó en su mochila algo que le ayudara, y lo único que podía salvarle fue la bolsa de los chicharrones vacía que había guardado para tirarla en el bote de basura al llegar a su casa.
La tomó fuertemente e introdujo su boca en ella, para casi de manera inmediata devolver el antojo que minutos antes había disfrutado con tanto placer; aunque logró captar todo y no hubo escurrimientos, el olor recorría el transporte.
Afortunadamente, su casa estaba a una cuadra, pidió la parada, bajó de la unidad con la cara agachada por la escena, caminó rápidamente a su destino, tiró la bolsa en el bote de la basura y corrió al baño para botar lo que le faltaba.