
EFE.- El 1 de febrero el Ejército birmano ejecutó un golpe de Estado y derrocó al Gobierno democrático de Aung San Suu Kyi. Cien días después los militares siguen sin controlar un país sumergido en huelgas, protestas, enfrentamientos con las guerrillas y el aislamiento internacional.
Los militares justificaron el levantamiento, que acabó con un proceso democrático que ellos había diseñado un década antes, por un supuesto fraude electoral en las elecciones de noviembre en las que el partido de Aung San Suu Kyi arrasó como había hecho en 2015.
Lo que esperaban que fuera un golpe limpio bajo la promesa de nuevas elecciones en un año ha derivado en un país sumido en la violencia por el rechazo generalizado de la población a la junta militar y una economía que bordea el colapso.
“(La junta) no ha conseguido tomar el control de muchas estructuras civiles críticas e instituciones. Sin ello, no pueden controlar el país. El golpe del Tatmadaw (Ejército) ha fallado”.
Así de tajante se mostraban dos exembajadores y expertos en Birmania, Laetitia van den Assum y Kobsak Chutikul, en un artículo publicado el 21 de abril en el Bangkok Post bajo el título “¿Cuándo admitir que un golpe ha fallado?”.