Cinco años de guerra en Siria
Si Siria fuera ese país sin nombre que Abderrahman Munif describe en su novela Al Este del Mediterráneo, Asad sería su monstruo: “A orillas del Mediterráneo oriental no nacen más que monstruos y perros… Tú, en cambio, esperas los caballos y los sables. Pues espera, que esa ribera seguirá arrojando cada día decenas de perros, centenares, y aunque un día llegaran a contarse por millares, siempre serían perros que aúllan en los calabozos o se mueren en los estercoleros. Porque ellos así lo quieren”. Ellos, los dictadores que se han erigido en un reino de torturas y miedo, así lo quieren.
Lo sabía muy bien Munif y por eso su novela es descriptiva y profética a la vez. Sirve para entender cómo era la Siria de los Asad antes de 2011. Y sirve para entender cómo es ahora… “No puedes ser un dictador sin tener el control. Si eres un dictador, tienes el control total… Yo tengo mi autoridad por la Constitución siria”. Bashar Asad se defendía -en una entrevista concedida hace unos años- de los que pensaban que era un presidente débil.
Previamente, un diplomático europeo había dicho que Siria se había convertido “en una dictadura sin dictador”. Asad reaccionó subrayando que tenía el control total del país, afirmando que no era lógico acusarle de dictador y decir al mismo tiempo que no tenía autoridad total.
A Asad no le gustaba que cuestionaran que no era él quien tomaba las decisiones en el país. Desde que, en marzo de 2011 estalló en Siria una revolución que pronto mostró el rostro cruel de la guerra, Asad lo ha demostrado por la fuerza. Hace años se ironizaba con que Bashar estaría maldiciendo a su hermano Basil, por morir en un accidente de tráfico en 1994 y dejarle con la responsabilidad de ser la cabeza visible que tenía que dominar con mano de hierro un régimen heredado de su padre, Hafez Asad, uno de los dirigentes más duros del mundo árabe.