Historias de Buró
Carmen solía acompañar a su madre todos los días, su pequeño puesto de verduras anteriormente cortadas en su huerto, le servían de sustento para pasar el día. Aunque era muy pequeña recordaba los días soleados en los que fatigada y quemada terminaba desesperada por permanecer sentada en un pequeño espacio cuidando la mercancía.
Aborrecía los días de lluvia o frío porque siempre terminaba enfermándose, aguantando aquellas bajas temperaturas que para su madre parecían ser insignificantes. Cuando por fin cumplió doce años, una tía se ofreció llevarla a la capital, ahí trabajaría en la limpieza de un hotel y ganaría lo suficiente para poder ayudar a su familia.
Así lo hizo por veinte años, sin embargo con el paso de los años fue alejándose de su familia, de aquella humilde choza que había sido testigo de sus más grandes alegrías de niña, olvidó a su madre, la que procuró enseñarle los valores familiares y perseverancia.
Una tarde de diciembre arrepentida por sus decisiones, se dispuso a regresar al viejo y olvidado pueblo que la vio nacer, y mientras recorría las calles que hace tiempo caminó, se topó con una humilde anciana en un pequeño puesto debidamente colocado sobre la acera; parecía tener bajas ventas por lo que se decidió a comprar cuanto pudiera por ayudarla.
Con un billete de cien pesos pagó y se marchó sin darse cuenta que aquella mujer por la que había sentido lástima se trataba de su madre.
Lo supo cuando llegó a la casa donde vivía, ahí donde permaneció esperándola hasta que llegará, al verla caminar con sus bolsas llenas de mercancía que no vendió, la miró y se arrepintió. Lejos de sentir culpa se mostró avergonzada y se marchó nuevamente del lugar.