Ateísmo y agnosticismo: el ateo por la gracia de Dios

FAMILIA POLÍTICA

“Los católicos me ponen nervioso, porque juegan sucio.
Los protestantes me irritan, por su manoseo de las conciencias.
Los ateos me aburren, porque siempre están hablando de Dios”.
Heinrich Theodor Böll

Según estadísticas confiables, por el mundo pululan más de mil millones de ateos; claro, algunos dicen serlo por jactancia o ignorancia; en realidad no conocen lo que el término significa. Otros agradecen a Dios ser ateos; a muchos más les parece irrelevante tal cuestión, viven en la rústica paz del carbonero, al margen de toda inquietud, de cualquier especulación o duda; Dios es para ellos irrelevante; si existe o no, carece de importancia.
    El ateísmo es, por definición, humanismo; aunque los ateos no lo sepan, toman al hombre, no a la divinidad, como medida de todas las cosas, según el pensamiento del sofista Protágoras de Abdera. Los seres humanos cada día tienen menos necesidad práctica de Dios; confían más en su computadora, en su celular, en la comunicación por las redes sociales, en los adelantos médicos, en los avances de la ciencia y la tecnología… Desde Epicuro hasta Heidegger, Dios se convierte, de manera paulatina, en militante del poder político. Los conceptos Dios y religión no son lo mismo; algunos pensadores combaten a la religión por malévola, recordemos a Karl Marx cuando decía: “La religión es el opio del pueblo”; el anarquista Bakunin la consideraba una extensión de la autoridad…
    Estudiosos contemporáneos consideran que Bertrand Russell, a pesar de su célebre ensayo ¿Por qué no soy cristiano? no es en realidad ateo, sino agnóstico. Él mismo consideraba difícil la distinción; ante un público de aceptable cultura, se autodenominaba agnóstico, previa explicación del significado de esa expresión; ante un auditorio compuesto por gente rústica, se declaraba ateo, con todas las reservas del caso.
Jean Paul Sartre, en su célebre conferencia “El Existencialismo es un Humanismo”, plantea las premisas que, a mi modesto juicio, fundamentan lo que es el ateísmo. En lo personal, considero que jamás llegaré a él; no estoy preparado, sigo siendo esclavo de mis miedos ancestrales. Un auténtico ateo no puede justificar, siquiera, la incongruencia racional de invocar a sus muertos.
El ateo niega tajantemente la existencia de cualquier entidad, humana o divina, fuera de este mundo. Es principio elemental de lógica, que sólo puede negarse o afirmarse lo que se conoce por el intelecto, más que por la fe; ésa es la diferencia con el agnóstico: éste no niega la existencia de dios, pero tampoco la afirma, cree que es incognoscible. Un ser humano medianamente inteligente, fija sus limitaciones; sabe que no está preparado para llegar al conocimiento de la deidad, cualquiera que fuere su esencia, dentro de las diferentes cosmogonías (o mitologías, si se prefiere).
Para un estudioso de estos asuntos, es una ofensa que alguien intente definirlo con el simplón lugar común, de “soy ateo por la gracia de Dios”.
Los tratadistas coinciden en que Freud no es ateo; traslada a Dios a los rincones del subconsciente, en donde radican sus convicciones judaicas; Nietzsche, a pesar de su tajante afirmación “¡Dios ha muerto!”, en realidad lo que pretende decir es que cada día, la divina presencia es menos importante. Richard Dawkins, en sus libros “El Gen Egoísta” y “El Espejismo de Dios”, reduce éste a un fenómeno social, a un asunto de genética y determinismo cultural: quien nace en una comunidad judía, abrazará la religión de sus padres; lo mismo puede decirse del catolicismo, el budismo o el islamismo.
Más cerca de nosotros, en el México del siglo XIX, concretamente en la Academia de Letrán; un día de 1827, un desgarbado jovenzuelo que respondía al nombre de Ignacio Ramírez, y al sobrenombre de El Nigromante, se presentó con la intención de leer lo que la historia consignó después como “El discurso de Letrán”. Cabe decir que lo llevaba manuscrito y desordenado, en un cúmulo de hojas, en las que se leía el relevante título “¡No hay Dios! los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”. Confiado en su proverbial inteligencia, presentó el legajo a Don Andrés Quintana Roo, quien fue conducto para hacerlo llegar a los académicos, entre quienes abundaban ilustres clérigos y teólogos, verdaderas Vacas Sagradas que no hacían de la tolerancia su mejor práctica.
Guillermo Prieto, en su libro Memorias de mis tiempos, escribió una sabrosa crónica de esta discusión; desde el rechazo recalcitrante hasta el análisis racional y sereno que tuvo uno de sus momentos culminantes, cuando Quintana Roo se levantó de su asiento y dijo con estentórea voz “¡Me niego a presidir una reunión de intelectuales, en donde impera la censura!” Así logró El Nigromante, su ingreso a la elitista y rimbombante Academia de Letrán.
Tiempo después, el muralista Diego Rivera plasmó en el salón Versalles, del Hotel del Prado, en la Ciudad de México, su obra pictórica que ostentaba en un espacio relevante la frase de Ramírez ¡DIOS NO EXISTE! A pesar de tratarse de un discurso histórico, las presiones del clero influyeron en el poder político y alguna autoridad obligó a Rivera a borrar esa frase. Los “espíritus puros” de la iglesia, la aristocracia y la alta sociedad, la consideraban blasfema y ofensiva.
Hablar de política y/o de religión siempre será controvertido. Por discutir estos temas, han terminado añejas amistades, no por falta de inteligencia en alguna de las partes: falla la tolerancia. El espíritu universitario obliga a abrir la mente a la universalidad de las ideas (valga la tautología). En la base de toda controversia debe estar la lección de Voltaire “Estaré hasta la muerte en contra de lo que tú digas, pero defenderé con mi vida el derecho que tienes de decirlo”.
Heinrich Theodor Böll, Premio Nobel de Literatura 1972, en su libro Opiniones de un Payaso, expresaba: “Los católicos me ponen nervioso, porque juegan sucio. Los protestantes me irritan, por su manoseo de las conciencias. Los ateos me aburren, porque siempre están hablando de Dios”. -Y Usted ¿qué es?, le preguntaron:  -“Yo soy un simple payaso; colecciono momentos”, contestó.
A mi juicio, debió agregar: A todos critico, pero a todos respeto. Böll fue un católico de fuertes convicciones, luchó por revivir la esencia de su religión en Alemania, entre los escombros de la posguerra.

Related posts