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Aquello que nos olvida, y lo que olvidamos

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Aquello que nos olvida, y lo que olvidamos

Letras y Memorias

Por lapsos parece que la cabeza se apaga, que de pronto deja de funcionar todo dentro de uno, y entonces aquellos recuerdos que durante años y años permanecieron lúcidos y activos, un día así sin más, ya no están. Y ocurre que en un desesperado ejercicio por traerles de vuelta, la memoria cerebral, que en teoría debería esforzarse, se nubla.

Toca pues, que el pecho, el corazón para ser precisos, trabaje extra y con cierta nostalgia vaya colocando en un álbum esos pasajes que se sabe que existieron pero, que extrañamente, se van haciendo borrosos y lejanos conforme los días nos han traído a este particular momento.

Resulta curioso cómo podemos tener fresco en la memoria el nombre de pila del primer niño que jugó con nosotros en el patio de la vecindad, pero no hay capacidad de almacenamiento para algo elemental como las contraseñas de la computadora o el NIP de la tarjeta bancaria. Es muy curioso también, cómo la perfecta maquinaria de la cabeza guarda todo lo noble y busca suprimir las penas, sabiendo que hacia el final de la jornada, ya caída la noche, saldrán a la luz de la mirada perdida todas esas emociones que le destrozaron a uno el alma… 

Podría decirse entonces, que somos una prisión, que el cuerpo está encerrado con la mente que decide recordar cosas que hoy ya no debería, y que lo importante y valioso se queda empolvado, lleno de telarañas en un rincón donde no sólo se acumulan triques, sino también el dolor de lo que pudo ser pero hoy no es y después, tampoco será ni volverá. 

Luego entonces, uno ve distante la buena compañía o las risas del bachillerato, y en cambio, los rostros a los que tantas veces se acercó para pedir consejo o ayuda, se tornan grises, borrosos y dispersos. Ya no recordamos con nitidez esas facciones, tampoco el timbre de las voces y, lo aterrador, es llegar a pensar en que así como nos hemos olvidado de Fulano o Zutano, también otros nos dejen en el abismo.

Dicen por ahí, que extrañar es el precio que se paga a expensas de momentos que nos robaron el aliento, y aunque algo hay de cierto en eso, muchas veces sería preferible no haber vivido dichas y placeres con tal de evitar el anhelo; con tal de extrañar algo o a alguien que hoy está perdido en un recuerdo.

Apuesto los dos botones y la moneda de 10 pesos que tengo en el bolsillo, a que en algún punto del globo, hay alguien que por voluntad o mala fortuna, comenzó a olvidar el color de mis ojos, mi sentido del humor (si es que éste alguna vez existió) o el sonido de mi voz. Es normal, creo yo que lo es.

A estas alturas, lo realmente extraordinario, sería que desde el día uno de nuestra existencia, alguien realmente recordase cada jornada, cada suspiro o hasta el más mínimo detalle de lo vivido, porque a fin de cuentas, todo cambia y ese cambio no espera ni siquiera a los poderosos ni a los sabios; todo cambia así como cambian las aguas de los ríos o los pétalos de una rosa.

A estas alturas, ¿qué permanece, cuya vasta historia se mantenga intacta? Nada. Ni siquiera lo milenario es como lo recuerdan los más antiguos, por tanto, uno que anda por acá con la misma brevedad de los citados suspiros, también habrá de desvanecerse con el tiempo conforme los años dejen huellas y esas huellas sanen los daños. 

Nada permanece como era, mucho menos como vagamente lo recordamos. Lo que existió, hoy ya no es, y lo que se saboreó y gozó, hoy día es apenas la sombra pálida de aquello que supusimos que fue; arena, sombras, suspiros y pétalos marchitos, todo eso somos una vez que aquello que nos recordaba, empieza de a poco a olvidarnos, así como nosotros optamos por dejar todo de lado.  

¡Hasta el próximo jueves!

Postdata: Celebro el otoño, que hoy aunque me parece gris, resulta lo más cercano a un rayo de Sol en la cara.

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