LA GENTE CUENTA
Fue una mañana fría cuando a ella la descubrieron, justamente en la orilla de aquella carretera. Sus ojos cerrados denotaban un poco de tranquilidad, la blancura casi transparente de su piel la hacía verse como un hermoso ángel perdido en medio de la neblina que se formaba en aquel lugar, entre el pasto, los pinos y los encinos.
Yacía boca arriba, como cuando uno decide mirar hacia las nubes en los días de sol, su figura menudita, delgada, vestía prendas igual de blancas como su piel, sus manos aún eran tersas y muy delgadas, pero muy frías; sus labios, que fueron rosas en algún momento, ahora se observaban blancuzcas, como si el aire gélido les hubiera hecho daño.
Mucha gente curiosa, cubierta de abrigos voluminosos, acudió a donde ella descansaba, y que a pesar del regio frío que reinaba aquel lugar, ella permanecía impasible al estado del tiempo; una persona de noble corazón, manos marchitas y con tristeza en sus ojos, decidió regalarle a aquel ángel una cobija, a manera de tributo.
La gente la miraba, de alguna forma con cierta curiosidad y pasmo, aunque también con respeto ante tal majestad, velaban el sueño etéreo de aquel ser celestial perdido; los niños del poblado seguían a sus padres, observaban con un poco de temor la escena, pero ellos, con un poco de mesura, los tranquilizaban con un simple: “es una pobre criatura de Dios”.
Después de un rato, la neblina a comenzó disiparse, el sol filtraba sus rayos de luz entre el follaje de los árboles, iluminando un poco a la figura inerte de aquel ángel dormido, y la gente comenzó a imaginar que el mismo Cielo buscaba a su criatura, dispuesta a llevársela de nuevo y evitar que se expusiera a la inmundicia de la Tierra y sus habitantes.
Unos vehículos llegaron a aquel lugar, y de su interior, unos hombres vestidos de blanco impecable acudieron a auxiliarla, pero no eran enviados del Cielo; otros hombres, pero vestidos de azul marino, persuadían a los presentes para que se reiterasen y los dejaran trabajar, mientras miraban atónitos la realidad del asunto.
Retrataron las heridas de su cuerpo: moretones, cortadas y un poco de sangre seca de su cabeza; le retiraron la cobija que le habían obsequiado, y con delicadeza, colocaron a aquel ángel en una especie de bolsa, sin que presentara la más mínima resistencia. Sin ningún tipo de explicación, los hombres de blanco y azul se retiraron del lugar con el cuerpo, y el hombre de la cobija y ojos tristes susurró unas palabras: quién te habrá cortado las alas, bello ángel…