ANDANZAS

0

 

CONDENA

 

Cerré los ojos y lo único que escuchaba era la máquina rapando mi cabeza, podía sentir como el cabello caía, era un mechón tras otro, la tortura duró cerca de cinco minutos y me dejaron casi pelona, de hecho, mi cabello no había estado tan corto desde los 12 años.

Tenía mucho miedo. Las primeras semanas las pasé aislada, supuestamente por mi seguridad; la incertidumbre es muy cabrona, escuché cosas, imaginé otras, y me creí los rumores. Lloré día y noche, traté de asimilarlo pero resultaba imposible.

Creo que pasé cuatro semanas en aislamiento, después me avisaron que me trasladarían con la población. Mientras caminaba por los pasillos hacia la celda que me asignaron, uno de los guardias me dijo al oído que si quería mantenerme viva, o vivo, o lo que fuera, tenía que pagarlo con dinero o con favores sexuales, esa era mi elección.

Luego me metió a un cuarto ridículamente pequeño donde dormían siete hombres, y ahora yo. Mi estancia fue un infierno, tardé en acostumbrarme a responder con mi nombre de nacimiento. Ahí nunca fui Claudia y no perdieron oportunidad para recordármelo, humillarme, golpearme y abusar de mí en repetidas ocasiones.

Allá adentro todo está controlado, es una mafia; drogas, armas, celulares, medicamentos, más drogas, sexo; el precio es caro y hay que pagarlo si tu condena rebasa los dos, tres, cuatro, cinco, 10 años. El tiempo pasa muy lento.  

A mi me detuvieron la noche de un viernes, era primero de marzo, salí de un bar y decidí caminar a casa. Justo cuando intenté cruzar la calle, una patrulla se acercó a mí y me dijo que ahí “no podía hacer eso”. Me quedé fría, me pidieron lana para soltarme pero no les di, si acaso tenía 50 pesos en la bolsa.

Entonces me acusaron de puta y me subieron a una patrulla; luego me llevaron a la barandilla y según el reporte, también “cargaba” gramos de cocaína en bolsitas, presuntamente para vender; cuando me ingresaron al penal de Barrientos, también había “pruebas” de que formaba parte de una banda dedicada al narcomenudeo.

Me dieron ocho años de condena y no me quedó de otra mas que ceder para mantenerme protegida, para no entorpecer mi tratamiento hormonal, pero sobre todo, me tuve que vender y convertirme en una verdadera puta, para vivir allá adentro. Es decir, sobrevivir.

Por tres años estuve recluida. Mi caso lo reabrieron por un cambio que hubo hace poco, no se, algo de leyes donde se analizaron las pruebas y determinaron que jamás cometí delito alguno, que aquella noche no me prostituía, sólo iba camino a casa e intentaba cruzar una calle donde me interceptaron por ir sola, por ser una mujer transgénero y porque aquí, todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario.