Amor perdido

DE CUERPO ENTERO
Nuestro amigo Luciano decidió abandonar la casas lo más pronto posible, y a pesar de los reclamos e impugnaciones de sus hijos, se fue sintiendo que iniciaba un camino de libertad, pero en el fondo percibía caminar en arenas movedizas.

Con los ojos inyectados y la respiración entrecortada, Luciano se estremecía con fuerza y dejaba caer gruesas gotas de sudor sobre el pecho de Natalia; su rostro estaba enrojecido y con los labios manchados de un rojo carmesí, besaba una y mil veces los gruesos labios de su amante. Un suave candor de paz y dominio siente correr por sus venas, y mientras mira el techo del hotel reconoce que debe apresurarse, deja de fumar para alisar el suave pelo de Natalia. Ella se ha quedado dormida y sabe que para cuando la despierte, le insistirá nuevamente de que deben vivir juntos para siempre.
    Luciano tiene 52 años de edad, hombre prospero de la comarca, con historia de lucha y perseverancia, el mundo lo sabe; su fortuna no fue motivo de la casualidad ni de la herencia, es un vivo ejemplo de la cultura del esfuerzo, de la lucha y de la tenacidad. Cuando se siente en confianza suele platicar cómo en aquellos años idos, trabajó muy duro, vendió periódicos y fue de los primeros “cerillos” de las primeras tiendas de autoservicio de la región.
Ya después, su vivacidad para los negocios le hizo ser temerario y arriesgado, como por ejemplo luchar por la concesión única para distribuir fertilizantes e insecticidas, y saber también el momento preciso para pisar los caminos selectos, delicados y a veces tramposos de la política. Luciano ha sabido manejar como mago malabarista todos los hilos de la vida, de los negocios, hasta del mundo de la grilla. Sin embargo en esas cosas del corazón ha sucumbido muchas veces, y como un viejo marinero, muy a pesar de los sufrimientos suele regresar al mar.
Una mañana de mayo se descubrió “viejo”, se dio cuenta que su figura, según él atlética, desde hacía mucho tiempo había desaparecido; el pelo era ya muy poco y sobre todo aquellos ímpetus de jolgorio habían empezado a borrarse, apareciendo los deseos a veces hasta “vergonzoso” de querer estar en su casa casi todo el día.
Su mujer con edad semejante no cesaba de quejarse de los síntomas de la menopausia, y casi como letanía no había momento del día que no ocupara para enlistar sus males y sus achaques. Luciano siempre creyó que eso era normal para la edad de la adorada madre de sus hijos, que bien haría en seguir sirviendo a la iglesia o a las diversas obras de caridad de su ciudad; pero él, el Luciano de mil batallas, no podría sustraerse del mundo de las bravas delicias del placer.
Una tarde de viernes reparó en Natalia, la nueva secretaria de la oficina; lucía fresca y con un pelo que le atrajo desde el principio, las líneas donde pierdan las rectas eran pronunciadas, y como un aguijón furtivo le hizo sudar el cuerpo y las manos. Como para probar su antes inefable poder seductor, la llamó a su oficina, se arreglo el poco pelo y ensayó una mirada castigadora; prendió un cigarrillo y con la voz enseñoreada la hizo pasar, le preguntó diversas cosas que se le atragantaron cuando Natalia al sentarse cruzó las piernas. Se hizo el chistoso y ocurrente, y cuando a bocajarro, con una parsimonia casi religiosa Natalia le preguntó acerca de la foto que adornaba su escritorio, el muy astuto de Luciano le contó una historia dolorosa: estaban en un proceso de divorcio.
La invitó a cenar y ella como para tantear el medio aceptó, insistiendo que la charla siempre con una persona madura sería constructiva y educativa.
Luciano esa tarde de viernes decidió cambiar su vestuario, se puso una camisa rosa mexicano y un suéter al estilo Cesar Costa colgado de los hombros, su esposa se extrañó de estos arreglos, pero decidió no darle importancia.
En la cena, que por cierto fue en un restaurante poco concurrido, Luciano se mostró magno, conocedor y docto; de repente le hablaba como si fuera a su hija, con enseñanza y benevolencia, y ya después del buen vino que como experto de mundo solo él sabía, le empezó a hablar de su soledad y de su soberbia visión del mundo.
Natalia se sentía fascinada, puesto que a sus 24 años poco había vivido del glamour que Luciano le brindaba. Poco después de las 12 de la noche la dejó cerca de su casa y ella, la joven de 24 años se despidió con un suave beso en la boca. Regresó cantando junto con la música del radio.
La magia había empezado, las demás semanas fueron de una intensa transformación: lociones nuevas, pantalones de mezclilla, camisas llamativas y como nunca empezó a disfrutar de la música de moda, la de los jóvenes. Las relaciones con su amantísima esposa se hicieron frías, y muchas veces imaginaba a Natalia en lugar de la esposa recostada a su lado en la cama matrimonial ya de 25 años.
Las citas como cascada de aguas cristalinas siguieron casi dos veces por semana, en varias ocasiones asistió con su amor nuevo a la disco de moda, pretendía al principio pasar desapercibido, pero cuando se dio cuenta que eso era prácticamente imposible, se dejó llevar por las intensas sensaciones que Natalia le hacía sentir con ese baile tan sexy que solo ella podía realizar.
Todos los días la tenía en sus pensamientos hasta que una noche de sábado con la suave humedad del mes de agosto, y después de haberla besado tantas veces y además de haberle expresado su amor con una pulsera de oro vivo, logró convencerla para dirigir sus pasos a un motel discreto y complaciente. Luciano, como dijera García Lorca, aquella noche corrió el mejor de los caminos, montado en potro de nácar, sin bridas y sin estribos. La experiencia sexual fue única, total, avasalladora, él estaba seguro que Natalia había disfrutado como nunca, y que seguramente su amor sería absoluto y apasionado; ella, la joven de 24 años, solo atinó a decir: “qué bonita pulsera me compraste”.
La vida en la casa de Luciano se volvió insoportable, sus hijos se han enterado que su padre anda de novio, y muchas veces han estado a punto de decirle a su madre acerca de este romance; para la hija mayor de 24 años de edad, la imagen siempre fuerte y poderosa del padre ha sucumbido por la del “viejo rabo verde”.
Una mañana de diciembre la esposa, con una ira contenida por muchas semanas, se decide confrontar al Luciano enamorado, discuten mucho y ella, la mujer de 25 años de convivencia, le sentencia en forma dogmática: “lo mejor será que nos separemos”. Luciano percibe una oportunidad esperada, ella es la que pide la ruptura, y a partir de allí solo se tratará de días para alcanzar el paraíso con su dócil y juvenil Natalia.
Luciano se encuentra flotando en la magia del amor, ha soñado mil veces su vida integrada a la de Natalia, y la verdad que todo lo encuentra renovado, cautivante y seductor; le estremece el solo pensar que ya caída la noche correrán en forma furtiva al hotel que se ha vuelto su cómplice callado, le cimbra sus pensamientos cuando la ve caminando en la oficina y con un guiño de ojos le dice que lo ama. Luciano no puede imaginar su vida si su amada.
Los trámites del divorcio en realidad no fueron complicados, su esposa lo había promovido y él como todo un señor de abolengo a toda petición accedió sin reparos, como la propiedad de la casa y los terrenos en la nueva unidad habitacional; estuvo siempre de acuerdo en seguir pagando la manutención de sus hijos y de la casa, y a cada nueva duda solía decir que él no había pedido la separación.
En realidad Luciano siempre había sido feliz, es por eso que cuando su esposa invocó el divorcio, sintió poder descansar de una culpa, de un camino espinoso que la verdad no quería recorrer; sus amigos empezaron a alejarse, y la familia lo veía con recelo: “seguramente es la envidia”, no cesaba de pensar.
Nuestro amigo Luciano decidió abandonar la casas lo más pronto posible, y a pesar de los reclamos e impugnaciones de sus hijos, se fue sintiendo que iniciaba un camino de libertad, pero en el fondo percibía caminar en arenas movedizas.
Pasaron los meses, corrió poco tiempo y Luciano, el enamorado maduro, se encuentra sentado en la sala de su nueva casa, mira al través de la ventana mientras una lluvia poderosa empaña los cristales; alcanza a ver los ríos que se forman en las calles, y sin querer camina su mente a muchos años atrás, cuando conoció a su esposa, cuando bajo una lluvia como la que ahora existe se encontraron guareciéndose bajo una quicio de una puerta de una calle del centro.
Recuerda la mirada dulce de una mujer menuda, que aun sin conocerlo le recomendó que llegando a su casa se cambiara la ropa porque le podría hacer daño, siente como si fuera hoy mismo la ansiedad por las primeras citas, y como cuando decidieron casarse empezaron a comprar uno a uno, mueble a mueble, eslabón a eslabón; Luciano se acerca más a los cristales de la ventana, y sin darse cuenta sus ojos se llenan de lágrimas. Desde hace más de ocho meses no ha vuelto a ver a sus hijos.
Por Natalia siente muchas cosas, pero tiene miedo de que otras tantas estén dejando de existir. La ha descubierto ausente cuando le platica los proyectos que tiene para sus hijos, la ha visto distante cuando tiene que pagar las colegiaturas, o cuando decide no salir y ponerse a ver muchas horas de televisión. Los encuentros amorosos, tan solo algunos meses antes sin fin y casi sin pausas, se han vuelto de fin de semana y en la casa. Ya han sido varias veces que ella le ha dicho que quiere tener un hijo, y que debe olvidarse de la otra familia, que no dejen perder la magia de la intensa pasión que los unió.
Luciano ha cambiado, el bullicioso, hablantín, dicharachero y activo parece que se quedó en fragmentos por los caminos de la vida, se da cuenta que ya no existen posibilidades de un camino de regreso, y busca con ansias inauditas esas bombas intensas que le movieron tanto.
Está consciente que Natalia no tiene la culpa, es más ahora siente más una devoción de mártir que una pasión de amor; la ve como una hija que tiene que proteger, pero al mismo tiempo siente una culpa infinita, y ya no hay camino de regreso.
En realidad nunca fue Luciano un hombre celoso, sin embargo ahora las horas de separación le hacen pensar mil cosas, recorrer caminos de Natalia como los que él recorrió, y casi siempre genera esto una terrible discusión; el dinero le alcanza poco y las deudas han crecido, su mundo se ha vuelto intolerable.
Los meses han pasado y con gusto intenso se ha enterado de los logros de sus hijos, sabe que su esposa de muchos años sigue guiando los pasos de los muchachos, y que desde hace una semanas está saliendo con un amigo; ahora siente celos de muerte, y aunque el alcohol le solapa las penas, no ha sido capaz de platicar sus dolores con los amigos de siempre. Les ha inventado mil historias repletas de gozos, les ha dicho que no cabe de gloria y de pasión, que los días son pequeños por el amor total para su Natalia. Sabe bien que nadie le cree, y lo peor, que lo compadecen.
Una noche de viernes, con los fríos de un invierno temprano, Luciano regresa a casa, se da cuenta de que Natalia se ha ido, y que solo una carta en el centro del comedor le ha dejado como testamento último. Reconoce que el tiempo ha borrado las pasiones tormentosas, acepta que el mundo aunque el mismo, es tan diferente que lo mejor es que cada quién deambule con su cada cual, que nunca dejará de amarlo, y que Dios quiera sea siempre muy feliz.
Luciano el hombre de mil batallas, el caminante de alcurnia, el triunfador de negocios, el ganador de la vida, el que supo caminar a hurtadillas los vericuetos de la política, se encuentra solo, y ahora con un frío que le quema como fuego ardiendo, y siente como nadie la lejanía de Natalia, pero también añora y mucho, su familia de ayer.
Caminó muchas horas, recorrió los parques, los barrios y los bares, y ya casi al alba sentado en la calle contempló la belleza de un amanecer, cargó sus recuerdos y sus tristezas y enfiló un camino para encontrar al sol.
Había perdido el amor.

 

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