ARTÍCULO
El panorama electoral de este año es desolador. La crisis que envuelve a México por los cuatro costados —es social, económica, política y sobre todo moral— va a afectar los comicios federales.
|El impacto puede ser triple: 1) una mayor infiltración del crimen organizado en el financiamiento de campañas, con todo lo que ello implica; 2) una violencia más o menos extendida en varias regiones, principalmente en Guerrero, donde la CETEG ha anunciado un boicot a la jornada; 3) una deserción democrática que incrementará tanto el abstencionismo típico de las elecciones intermedias como el voto nulo por el repudio a la partidocracia. Me detengo en este punto.
Cada vez es mayor el sentimiento antisistémico entre los mexicanos: la corrupción y la prioridad que los partidos políticos dan a sus propios intereses y a los de los poderosos por sobre los de la sociedad en general potencian la protesta activa o pasiva contra el sistema político. El desencanto con la democracia es global, a no dudarlo, pero en México se expande a gran velocidad porque la élite política actúa como si el problema no existiera.
En este contexto, el voto duro será clave para el PRI y el voto blando será fundamental para la oposición, en especial para los registros partidarios pequeños o nuevos. Y no me parece aventurado vaticinar que un porcentaje considerable de los switchers escépticos mas no anulistas votará por una opción percibida como distinta y crítica del establishment como es Morena.
Lo que ha sido una desventaja para Andrés Manuel López Obrador se convertiría así en una ventaja. Su radicalización poselectoral en 2006, que le granjeó el elevado voto negativo que habría de perjudicarlo en la elección de 2012, esta vez bien podría beneficiarlo.
Su personalidad impregna cabalmente a su partido. No todos lo conocen, pero los que lo hacen lo identifican con el rechazo categórico al statu quo y el discurso de “la mafia en el poder”, que ayer le restó sufragios decisivos a su fundador pero hoy resulta propicio para sumárselos.
Más aún, aquella ambigüedad que muchos le criticamos, la de permanecer con un pie en la legalidad y otro en la antiinstitucionalidad, se está convirtiendo en su fortaleza. AMLO y Morena constituyen la única organización que juega dentro del sistema y suena a antisistema, algo atractivo para la vertiente no rupturista de lo que yo llamo “partidoclasia”. Una suerte de ambivalencia virtuosa.
He dicho en este espacio que la rentabilidad electoral del radicalismo opositor varía en función directa de la gravedad de las crisis. Por eso la intensidad de la oposición suele aumentar en la medida que crecen el deterioro en las condiciones de vida de la gente y la impopularidad de sus gobernantes. Pero en el caso de AMLO la elasticidad es menor: su retórica casi siempre es vehementemente fustigadora.
Lo que está ocurriendo, pues, no es tanto el producto de la adaptación de su estrategia a la realidad cuanto de la adaptación de la realidad a su estrategia. Si antes apostó a la caída de Calderón, y aun si ahora apuesta a la de Peña Nieto y se vuelve a equivocar, por lo pronto su consistencia rendirá frutos. Aunque contenderá con un emblema emergente contra “marcas” muy arraigadas y sin su nombre en la boleta, y aunque la tragedia de Ayotzinapa le pegó por su ex precandidato en Iguala, para mí no sería sorpresa que Morena dé la sorpresa.
Claro, el 2018 será otra cosa. Creo que pese a su corrupción —o quizá gracias a ella— este gobierno concluirá su sexenio, y de ser así el talante opositor adecuado y el resultado de la elección dependerán de la situación del país y del ánimo social.
Habrá también que ver si el PRD y el PAN confrontan al Presidente y si se acercan a la ciudadanía. Pero en todo caso tendremos una nueva oposición con una bancada significativa en el Congreso y un formidable líder, tan polarizador como carismático, compitiendo antisistémicamente dentro del sistema.
@abasave