Algunos ámbitos del deber

Algunos ámbitos del deber

El faro

Todo ser humano tiene la posibilidad de comparar lo que se hace con lo que se debiera hacer. No todo es perfecto en nuestras vidas, es por eso que podemos desarrollar la capacidad de mejorar nuestras acciones como resultado de esta comparación. Los hechos se contrastan con los principios, con la razón y se derivan cambios en las actitudes y comportamientos. Se trata del ejercicio de nuestra libertad poniendo en juego nuestra inteligencia, voluntad, imaginación y creatividad. 

El deber es justamente el resultado de la comparación que hemos mencionado. Si nos damos cuenta de que podemos mejorar, se nos plantea el dilema de pasar a la acción. Si puedo hacerlo mejor, por qué no lo voy a hacer, estoy obligado a cambiar, me siento impelido a hacerlo mejor.

El deber se toma de la mano con la responsabilidad. Si no trabajo por ser la mejor versión de mí mismo que pueda ser posible, soy responsable, tengo que asumir mis deficiencias y dar razón del motivo por el que no lo estoy logrando. Tanto el deber como la responsabilidad son elementos esenciales de la vida moral de cualquier persona. 

Esta dinámica de constante mejora posible se ha tratado de reducirla a algo propio de la interioridad del ser humano. Es así, pero no es totalmente así. Es claro que es un impulso que nace en el interior del ser humano. Lo que tradicionalmente se ha denominado como conciencia era la llamada de atención que sonaba en nuestro interior sobre lo que éramos y hacíamos. Era nuestro “Pepito grillo” particular que se ocupaba siempre de advertirnos.

Mas no todo permanece en el interior. Inevitablemente de lo que abunda en el interior sobreabunda en el exterior. Nuestros comportamientos y actitudes son reflejo de lo que se cuece en nuestras entrañas, nos demos cuenta o no. 

La visión limitada que reducía la dimensión ética deontológica y responsable a los recovecos interiores se extendió a la hora de enfrentar al ser humano con todos los campos de su acción. Durante mucho tiempo se creyó que la ética nada tenía que ver con la medicina, con la política, con la economía, con la educación, con la ciencia y con cualquier otra área del saber. Esto ayudó a tomar decisiones que no se contrastaran con los principios racionales como si lo que la persona hace, sus acciones, no tuvieran que ver con él. 

Afortunadamente, de un tiempo a nuestros días, se va alcanzando la claridad de que lo que sirve para la persona y su vida, puede extenderse también para toda la panoplia compleja de acciones y ocupaciones. La ética profesional ya es admitida y exigida en todos los desempeños del ser humano. Por otra parte, se tiene claro, por imposición de la misma realidad en que vivimos, de que la ética es imprescindible para buscar y acordar formas de vida más humanas y dignas para todos en el mundo.

Esta columna será la primera, introductoria, de otras que irán poco a poco, -quizá no de manera consecutiva-, reflexionando un poco más detenidamente sobre la relación de la ética, del deber responsable, y las acciones de todos los seres humanos.