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Alguna vez los italianos también tuvieron que emigrar

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EL ÁGORA

Hemos hablado antes acerca del resurgimiento del fascismo en distintos lugares del mundo y de cómo sus principales personajes han sabido capitalizar el profundo resentimiento de la ultraderecha conservadora que yacía dormida.

En Italia, hace apenas unos días, Matteo Salvino, Vicepresidente, Ministro del Interior y líder de La Liga Norte, partido político de derecha, anunció con beneplácito que el Senado había aprobado un decreto que pone en el centro de sus políticas xenófobas a los buques de las organizaciones civiles que rescatan migrantes en el mar mediterráneo, como sucedió en el caso de Carola Rackete, capitana alemana del barco Sea Watch 3, quien salvó a aproximadamente 50 migrantes frente a las costas de Libia, llevándoles a la isla italiana de Lampedusa. Hasta con un millón de euros, detención de los capitanes y destrucción de los barcos se podrá sancionar a quienes realicen estas labores de rescate. 

Salvino, quien no se detiene para regodearse públicamente en su ideología, aunque ello signifique olvidarse de la laicidad del Estado,  señaló en Twitter: “Gracias a los italianos y a la Beata Virgen María”.

Sin embargo, el hecho de que algunos italianos estén dando cabida a este tipo de odio en contra de los migrantes es históricamente contradictorio. Porque el italiano, como muchos otros pueblos, se vio en la necesidad de migrar por millones a los Estados Unidos e incluso a otras naciones de América, como Argentina y Chile.

Al menos dos millones de italianos llegaron a Estados Unidos en los albores del siglo XX, alrededor de 1900 y 1914. Muchos de ellos llegaron a Ellis Island, una pequeña isla en Nueva York por la que transitaron más de 12 millones de inmigrantes entre 1892 y 1954, donde se les sometía a un ámplio escrutinio médico y legal para determinar si podían entrar o si serían deportados. Para el 2009, cincuenta y nueve de cada mil estadounidenses tenían ascendencia italiana, representando el 5,9% de la población total de país. Y ahora, siendo la cultura italiana una pieza fundamental del “Melting Pot” -Crisol de Culturas- norteamericano, sería imposible concebir muchas de las expresiones artísticas contemporáneas de la cultura pop, trascendentes a nivel global, si no fuera por los directores de cine, músicos, actores y actrices de origen italiano que han moldeado el ideario cultural de los Estados Unidos.

Pareciera entonces que en ese odio irracional que ensalzan actualmente ciertos sectores de italianos en contra de los migrantes, subyace el eurocentrismo, el racismo y la xenofobia de aquellos que no son conscientes de los claroscuros de su propia historia. ¿Qué pensarían los bisabuelos de los italoamericanos modernos que lucharon durante tanto tiempo para dejar de ser discriminados por los norteamericanos anglosajones que los veían como blancos de segunda, igual que a los irlandeses? Se les olvida a los italianos, que ellos también fueron, son y seguirán siendo migrantes.

Sobre el decreto de Matteo Salvino, quien por cierto está preparando su asalto al Gobierno, urgiendo a elecciones adelantadas para este Otoño, conviene recordar el pensamiento de Gustav Radburch, profesor alemán que estudió el sistema jurídico nacionalsocialista, quien llegó a la conclusión de que la validez de las normas jurídicas no depende de la justicia o injusticia de su contenido, salvo que éste sea insoportablemente injusto. Esto implica, en palabras del también jurista Robert Alexy, que: “Hay un núcleo esencial de los derechos humanos cuya vulneración representa injusticia extrema”.